Me permito invitarlo, apreciado lector, a dar un paseo por la calle de la memoria hasta finales de noviembre y principios de diciembre del año 2017. Enrique Peña Nieto, incapaz de detener la escalada de violencia durante cinco años de gobierno, impulsa una legislación conocida como la Ley de Seguridad Interior; con el objetivo de darle un marco legal al actuar de las Fuerzas Armadas en el combate a la delincuencia y al crimen organizado. Papel que ya venían ejerciendo en la práctica desde el sexenio anterior.
Morena, la oposición, huele sangre en el agua y oportunidad de tajada política y se lanza con enjundia en una campaña con un eslogan sencillo y efectivo “No a la militarización del país” Personajes como Manuel Bartlett y Mario Delgado ofrecen airados discursos y mensajes, Fernandez Noroña organiza plantones y Citlatli Hernandez incendia las redes sociales.
Curiosamente, la ley al final se aprueba. Más allá del teatro mediático, la oposición no mete ni las manos. Es finalmente la Suprema Corte de Justicia de la Nación las que, derivada de una acción de inconstitucionalidad promovida por la Comisión Nacional de Derechos Humanos, declara la legislación inválida. El fallo se da justo un día después de que el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, presentara su estrategia de seguridad para el próximo sexenio, centrada en la creación de su Guardia Nacional.
Volvamos al presente. “La Esperanza de México” y quien se vendió como la luz al final del túnel, si alguna vez fue tal, se está apagando rápidamente. 2019 rompió el récord de violencia. 34,582 víctimas de homicidio doloso, cientos de feminicidios, la masacre de los LeBarón, los enfrentamientos en Culiacán en el operativo que atrapó y luego liberó al hijo del “Chapo” Guzmán… El fracaso es espectacular, sobre todo si consideramos que la legislación pertinente para formar la Guardia Nacional quedó aprobada en febrero de ese año.
La estrategia que nos vendieron el campaña, la panacea de los “abrazos, no balazos” sencillamente nos lleva a un callejón sin salida y al prócer de Macuspana se le acaban las ideas. El lunes amanecemos con la noticia en el Diario Oficial de la Federación de que, durante los próximos cinco años, las fuerzas Armadas coadyuvarán en tareas de Seguridad Pública que les corresponden a las fuerzas policíacas. Es una dolorosa y clara admisión del absoluto fracaso.
¿Y esa oposición militante? ¿Y ese fervor encarnizado a la no militarización? Bien gracias. A todos nos toca alguna vez tragarnos nuestras palabras, pero lo que estamos presenciando con las cúpulas de Morena es un festín espectacular. Se están empachando, y con cada bocado dejan claro que no tienen ningún pudor ideológico; que defenderán la bandera que políticamente más les convenga, aunque ayer hayan enarbolado justo los principios opuestos. Pero estos eran “los diferentes”.
Lo peor es que ese gatopardismo simple y ramplón alcanzó a engatusar a 30 millones de incautos que votaron por ellos. Algunos de los cuales aún hoy se resisten, por orgullo o necedad, a reconocer lo evidente. Nacer con una tara intelectual es un capricho de la naturaleza con el que hay que vivir y ni hablar. Hacerse el tonto, por otro lado, es una elección; una sumamente triste que entorpece la construcción de una cultura cívica en el país. Solicito encarecidamente, que dejemos de hacernos los tontos.
Desde esta trinchera, abogamos por la congruencia: No a la militarización del país. Ni en este, ni en ningún otro gobierno.
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