En México, pese a todos sus problemas y asignaturas pendientes, habíamos tenido desde mediado de los 80’s cierto progreso, estabilidad y continuidad económicas que nos permitieron, a una porción importante de los mexicanos, mejorar nuestra situación y la de nuestras familias. El tratado de libre comercio introdujo productos a precios más accesibles para todos, un robusto sistema nacional de vacunación le ahorró millonadas a la Secretaría de Salud y erradicó de nuestro país enfermedades gravísimas como la polio. Se introdujo (costó sangre y aún hay mucho trabajo que hacer, pero se hizo) competencia económica en sectores que antaño eran monopolios. Y se abrió a México a la inversión extranjera para generar empleos y desarrollo. Entre 1999 y 2003 México estuvo ente los diez primeros lugares del ranking de economías mas grandes del planeta y en los dos primeros años del gobierno de Vicente Fox alcanzó la octava posición.
Había problemas, sin duda. El número de pobres tenía que atenderse. La desigualdad también. La corrupción y sobre todo el crimen organizado se dejaron crecer hasta volverse problemas complejísimos, hidras de múltiples cabezas. De ningún modo sostengo que los gobiernos de antaño fueran perfectos, pero trastabillando, rengueando, o arrastrándose avanzaron el camino. Lo que había que hacer, era reconocer y caminar hacia adelante sobre lo ganado.
En su lugar, elegimos (como ciudadano no me eximo de la culpa, incluso si no voté por él) a un personaje cuyo discurso era incendiario. Todo en el “periodo neoliberal” era malo y tenía que desmontarse. Todo el que hubiera ganado algo, o mejorado su situación en ese periodo era por corrupto y a costa de “los más pobres”. Utilizó el rencor y esa desigualdad que dejamos crecer, para apuntalar su posición y la consigna desde que fue elegido no parece haber sido elevar a los más necesitados, sino asegurarse de que estemos todos en igualdad de miseria, emparejar hacia abajo.
¿Pero cómo hacerlo? ¿Cómo desmontar al México protagónico, que podía sentarse en la mesa en igualdad de condiciones con otras naciones, que en algún momento llegó a tener la etiqueta de economía emergente; por haber superado el subdesarrollo, y por su enorme potencial?
Nadie que haya alcanzado ciertas comodidades y cierto nivel de vida, acepta de buena gana que dichas condiciones cambien. Si se pretende precarizar a México, es necesario volver a normalizar la precariedad. Y eso es precisamente lo que está haciendo el gobierno en turno. Primero introducen un sistema o servicio claramente inferior al que ya teníamos y luego cambian el discurso para que luzca bonito y la ciudadanía quede hasta agradecida del paso dado hacia atrás. Basten dos botones de ejemplo:
El lunes comenzó la vacunación general para COVID-19 a los adultos mayores en este país. La realidad es que el sistema logístico fue peor que malo. El sistema de registro por internet nunca funcionó y nunca hubo citas. La persona que se quisiera vacunar podía hacerlo presentándose en el módulo con su credencial de elector. Algunos esperaron más de seis horas, expuestos a los elementos. Recordemos que se trata de ciudadanos de la tercera edad, algunos con condiciones preexistentes. No hay registro claro ni mecanismo para asegurar que quien logre vacunarse, consiga la segunda dosis por lo que igual y todo el esfuerzo acaba en la basura.
Cuando legítimamente la ciudadanía, que ha experimentado programas mucho más funcionales como las Semanas Nacionales de Salud, o la iniciativa “Embajadores por la Vacunación” que podía aplicar 32.2 millones de dosis durante la temporada de influenza estacional, e inmunizar al 96% de la población en riesgo de manera ordenada, sin filas de horas y sin mayor trámite (ni tomarle foto a la credencial de elector), arranca el discurso normalizador:
“A pesar de estar a punto de ser inmunizados de manera gratuita con un operativo eficaz […] insisten en ofender y difamar” se lee en redes sociales. ¿Perdón? La vacuna no es gratis ¿O acaso no pagamos impuestos? ¿Y no es obligación gubernamental garantizar la salud?
“Los fifís que están tuiteando, que les pega mucho el sol, qué hay mucha gente, que están en la calle y que les molesta esperar… Buenas tardes y bienvenidos a su primer contacto con la salud pública, con el pueblo. Aquí no se les pide tarjeta de crédito para gozar de salud.” Entonces ¿No hay de otra? ¿Así es el sistema de salud pública y no hay por qué exigir más que las migajas que tengan a bien darnos? Si una parte de la población puede costearse servicios de salud privados, liberando al Estado de la carga (que no de la obligación) de atenderlos ¿No es eso algo bueno?
Segundo ejemplo, esta semana tuvimos el tercer mega apagón del sexenio. El primero se registró en abril del 2019, cuando supuestamente por culpa de un incendio forestal entre las torres de transmisión de Ticul, Yucatán a Escárcega, Campeche, se suspendió el servicio por espacio dos horas en toda la península de Yucatán, afectando a 1.6 millones de medidores (el número real de usuarios afectados es difícil de determinar). El segundo fue en diciembre del 2020, cuando se suspendió el servicio en 17 entidades federativas, afectando a poco más de 10 millones de personas, cuya falla se debió supuestamente por otro incendio forestal entre dos líneas de transmisión en el municipio de Padilla, Tamaulipas. (Memorable en aquella ocasión, la osadía de Bartlett al presentar un oficio falso de Protección Civil de Tamaulipas, con el reporte del supuesto incendio) Después de aquello, el presidente se comprometió a que no se volvería a registrar una falla de esta magnitud y pues... henos aquí, y no han pasado ni dos meses.
Hace un mes y medio señalaban con el dedo a la producción privada y a lo “irregular” de su servicio. Hoy es al revés, aparentemente la CFE no tiene capacidad de producción suficiente. Y he notado todo tipo de intentos por justificar esto último. Que si sí podrían producir, pero que los texanos les cerraron la llave al ducto del gas. Ergo, no tienen un respaldo ni se anticiparon al problema. CFE luego declaró que en realidad sí funcionaba el ducto, pero que por escasez el precio de adquisición era 66 veces más alto y decidió no comprarlo. Entonces, sin un plan B, ¿decidimos voluntariamente darnos un balazo en el pie? ¿A sabiendas de que hay infinidad de personas cuya vida depende de un ventilador mecánico (eléctrico) por la pandemia?
Pero el discurso normalizador ya empezó, el comunicado de la CENACE habla de “cortes de carga rotativos y aleatorios” ante el “aumento del pico de la demanda vespertina y nocturna”. Básicamente, que estamos acostumbrados a gastar demasiada luz.
¡Caramba! ¿Será tan problemático exigir servicios de calidad, mejores que los de los gobiernos anteriores? ¿No era esa la idea? ¿avanzar? ¿Por qué nos quieren hacer creer que nos están “haciendo el favor” de darnos un servicio que ya teníamos y que funcionaba mejor?
Se lo dejo de tarea y le dejo como corolario la magnífica intervención del periodista Pablo Majluf
“Si estás agradecido porque el régimen por fin tuvo la generosidad de vacunarte tarde, si te formaste humildemente horas para recibir migajas, si reprochas a quienes piden mejor servicio pues hay que ser limosneros sin garrote, felicidades, ya te acostumbraste al obradorismo”
Por favor, exijamos ir hacia adelante, en lugar de normalizar el retroceso.
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