miércoles, 22 de junio de 2022

Juntas que pudieron ser un mail...


Ayer leí la columna que publicó Carlos Loret de Mola en el diario El Informador, titulada “Una madrugada en la estrategia contra el crimen”. En ella, el periodista describe las reuniones matutinas del Gabinete de Seguridad –esas que tanto presume el presidente cuando le preguntan por la situación de (in)seguridad en el país–, como un tedioso parte de lo acontecido el día anterior, en donde no se hace plan alguno ni se toma ninguna decisión. El único propósito parece, es asegurar que ningún periodista pueda pescar al presidente con los pantalones abajo, pidiéndole su opinión sobre un evento que él desconozca. Eso sólo si, por ventura o por error llegaran a darle la palabra a algún reportero que no sea su palero profesional, que ya es mucho pedir.


Francamente, lo creo. Y tampoco me parece tan sorprendente. Desde su primera candidatura habló de pacificar al país a través de… no hacer nada. “Abrazos, no balazos”, sigue siendo el mantra de su administración. La estrategia es dejar que la bola ruede, sin importar a cuántos mexicanos aplaste en su camino y cuan ensangrentada quede y que tan grande se vaya haciendo con los cuerpos que va recogiendo (el doble que Peña Nieto y casi el triple que Calderón; efectivamente, no son lo mismo)


Y si, se llena la boca de autoalabanzas, refiriendo que nunca antes en la historia un gobierno le había dedicado tanto tiempo al tema, con tantas juntas diarias. Habría que explicarle al presidente que lo que importan son los resultados. Que en cualquier empleo, incluida la presidencia, afanarse y hacerse el ocupado, presumir el heroico esfuerzo de ser el primero en llegar y el último en irse, es sinónimo de incompetencia si de todas maneras no se cumple con los objetivos, con las metas. Que si no pacifica al país se está haciendo wey, por más que se desgaste levantándose para ir a su insulsa juntita a las seis de la mañana todos los días.


Y no está pacificando al país. Muy al contrario. Cada día que pasa nos enteramos de más hechos violentos que tocan a todos los mexicanos y no hacen distinción de ningún tipo. Ayer nos enteramos, por ejemplo, del asesinato de tres personas dentro del templo de la comunidad de Cerocahui, en el municipio de Urique, Chihuahua, en la sierra Tarahumara. Un grupo armado había secuestrado a dos hombres, una mujer y una menor de edad y, tratando de hacer lo mismo con el guía de turistas, Pedro Eliodoro Palma Gutiérrez, lo siguieron hasta el interior del templo donde había buscado refugio. Dos sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, salieron a intentar defenderlo. Los mataron a los tres y se llevaron sus cuerpos.


La Compañía de Jesús envió un comunicado condenatorio y incendiario, pero no falto de razón. “Hechos como estos no son aislados.” escribieron “La sierra Tarahumara, como muchas otras regiones del país, enfrenta condiciones de violencia y olvido que no han sido revertidas. Todos los días hombre y mujeres son privados arbitrariamente de la vida…”


Pero el presidente sigue en lo suyo. Fingiendo que hace sin hacer. Fingiendo que le importa sin que sus acciones le respalden. Fingiéndose humanista mientras es selectivo con el apoyo que la federación presta, beneficiando sólo a aquellos estados donde gobierna su partido (la gobernadora de Chihuahua es panista).


Por cierto, el principal sospechoso como autor intelectual de la barbarie en Urique es José Noriel Portillo, alias ‘El Chueco’, quien desde hace por lo menos una década es dueño y señor de la vida y acciones de los pobladores de ese municipio de la Sierra Tarahumara. Es operador de… sí, adivinó, El Cártel de Sinaloa. Según la Fiscalía General del Estado de Chihuahua, José Noriel tiene el ‘poder’ de colocar a jefes de seguridad pública e incide en el ámbito político local, además de controlar la producción y trasiego de drogas en la región.


Pero eso sí, dice el Presidente que “hay menos violencia donde manda un sólo grupo criminal”... ¡Imagínese si no!



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