jueves, 3 de noviembre de 2022

Brasil y México, democracias en riesgo.


Me preocupa grandemente el futuro de la democracia como sistema político en México y en Latinoamérica. Me preocupa que lo que nuestros padres y abuelos construyeron con sudor y sangre lo estemos dejando ir lenta, pero inexorablemente, por el drenaje. Temo que nos haya quedado grande la etiqueta de ciudadanos y la responsabilidad de cuidar el único esquema que nos permitía incidir en el rumbo de nuestros países. Veo lo que está pasando en Brasil, y me da ñáñaras pensar que algo así podría, muy posiblemente, darse en México en 2024.

El domingo hubo elecciones en Brasil. No envidio a los brasileños, ambos candidatos eran pésimas opciones. Bolsonaro es el incendiario radical de ultraderecha, que pinta cualquier alternativa como un ataque a las libertades individuales y a los valores familiares y que pretende obtener legitimidad utilizando a Dios, alegando algún tipo de misión divina, diciendo que Lula tiene un pacto con el demonio y otra sarta de tonterías. Aderezaba además sus arengas con una peligrosa dosis de escepticismo a las autoridades electorales.

Lula es el caudillito de izquierdas. Igual de populista e ideologizado, pero que busca su legitimidad en la voluntad de un “pueblo” que sólo él puede interpretar y poner en acción. Su postureo es igual de rastrero que el de su rival, sugiriendo que el actual presidente es practicante del canibalismo y la zoofilia. Envuelve su discurso, como cualquier zurdito, en ese pasado más próspero que los malos empresarios y políticos corruptos le robaron al país. En su caso, el discurso viene con matices. Por un lado, ya fue presidente con moderado éxito de 2003 a 2011 en un contexto internacional mucho más favorable, así que sus palabras vienen con una carga adicional de nostalgia y con algo de “evidencia”. Por otro lado, tiene gracia que hable de corrupción cuando él mismo fue condenado en 2017 a 12 años de prisión por este delito y la única razón por la que la sentencia fue anulada fue por defectos procesales.

De ese infame nivel las papuérrimas opciones y la conversación política en el país carioca.

Lo hemos dicho antes en este espacio. En un mundo globalizado, complejo e incierto; incluso hostil en algunos aspectos, e inescrutable para el grueso de la población, que sólo se siente en control de lo más cercano que rodea su vida y sus necesidades más inmediatas, la tentación de buscar a un “hombre fuerte” que nos venga a defender es gigantesca y así entregamos nuestro voto en blanco a cualquier impresentable. Que discursos polarizantes como los de Lula y Bolsonaro en Brasil tengan eco y funcionen, es obra exclusiva del miedo de la ciudadanía al “otro”.

La democracia requiere de ciudadanos libres, que tomen en sus manos el destino del país, que formen comités, que trabajen con sus representantes locales y se articulen para ejercer presión e ir construyendo perfiles con los que se pueda trabajar y encontrar acuerdos, para luego elevarlos y considerarlos para posiciones nacionales.
De otro modo se polarizan los discursos hasta resultar discusiones de parvulario y se pierden las propuestas y cualquier intención de progreso.

Pongamos nuestras barbas a remojar, mexicanos. Porque así como están nuestros hermanos brasileños podríamos encontrarnos nosotros en menos de dos años. El campamento guinda ya está, desde el gobierno, dándole con todo al golpeteo a nuestro sistema electoral, acusando fraude dos años antes de una elección que aún ni candidatos tiene, pidiendo urnas electrónicas más vulnerables que el conteo físico. Muy atentos, aferrémonos a nuestra democracia con ambas manos y defendámosla, porque mucho sospecho que será el gran dilema moral de nuestra generación. No hay otra alternativa, ni es una lucha que podamos dejar a nuestros hijos.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Tu opinión es muy importante ¡Súmate al debate y déjanos un comentario!