Continúa el proyecto insignia de este gobierno, la magna cruzada por la centralización del poder, la arbitrariedad en su ejercicio y la absoluta opacidad en su administración. La batalla es cada vez más desesperada, porque a Palacio Nacional se le acaban el tiempo y las opciones. Así, pasamos del INE, al TEPJF, al INAI. Si una institución se dedica a acotar, supervisar, o sancionar al gobierno, entonces la presente administración lo identifica como un obstáculo y asedia con todo el ariete mediático que es capaz de convocar.
Hay que agradecer, hasta cierto punto, este terrible modus operandi. Porque ha hecho evidente la desfachatez y sinvergüenza de la supuesta oposición. Nos ha dejado claro que los políticos y partidos, independientemente del color de su camiseta, están de un mismo lado de la cancha y que la sociedad y el país están del otro. No es bonito, no es como nos lo platican en las clases de civismo de Secundaria, pero así es. Ya sea en la conformación del Comité Técnico de Evaluación para los consejeros del INE, ya sea en la propuesta para emascular al Tribunal Electoral y en cada ocasión que se les ha presentado, su discurso y su actuación lucen absolutamente desconectadas.
Así es el político, un animal camaléonico dispuesto a apoyar hoy lo que ayer apasionadamente rechazaba. Experto en tomar el camino del mínimo esfuerzo y caer en los pozos más profundos de la incongruencia si con eso se mantiene viviendo del erario un sexenio más.
Es bueno, repito, que nos estemos enterando de esto. Que identifiquemos las reglas del juego y empecemos a reconocer a nuestros compañeros de equipo, no en el lejano “representante” del curul color azul, guinda o amarillo, sino al ciudadano que tenemos al lado, con el que podemos dialogar, definir y echar a andar iniciativas y proyectos que nos beneficien a nosotros.
Entiendo si mis palabras lo hacen caer en el desánimo. No es fácil mantener la guardia alta cuando parece una batalla desigual y que el rival tiene todas las ventajas. Pero le invito a recordar las batallas ganadas, como la defensa del INE (en un movimiento social con contadísimos precedentes en este país) y la malograda reforma al TEPJF, en la que originalmente estaban todos los partidos montados y que aún así la presión ciudadana detuvo.
Estas victorias se consiguen por la naturaleza misma del político, por lo que és y por su propio interés. Porque nueve de cada diez veces, el político se va a doblar ante la presión. Como idelógicamente no defienden nada más que su hueso, son unas veletas que abrazarán las causas que les aseguren quedar bien con sus votantes y sólo hasta donde éstos se lo exijan. Ni más ni menos. A esto me refiero cuando los llamo “expertos en tomar el camino de menor resistencia”.
Otra buena descripción del político es la de “gestor de las prioridades sociales”. El gran problema en México es que la sociedad que debería ejercer la presión y marcar las prioridades, ha estado ausente y poco organizada durante mucho tiempo. Sin nadie que les empuje a la acción, nuestros políticos han vivido de hacer lo mínimo indispensable: nomás hacer la pantomima de tratar de diferenciarse un poquito cada seis años, mientras tienen sus arreglos y repartos el resto del sexenio.
Ver que esta dinámica está empezando a cambiar, le digo, a mi al menos me llena de esperanza. Se viene ahora la batalla por el INAI una nueva oportunidad para mantener y cristalizar esta oleada de compromiso cívico. Le digo, el único regusto desagradable que me queda es que, en una de esas, le acabo reconociendo y agradeciendo algo a la presente administración.
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