No cuesta trabajo entender cuál
era el propósito del Partido Verde Ecologista cuando impulsó la prohibición del
uso de animales en los circos que ayer entró finalmente en vigor: simple y plano
populismo. Intentaron justificarse aludiendo a la pobre calidad de vida de las
criaturas, al maltrato del que eran objeto y a una compasión malentendida. Sin
embargo, si esas hubieran sido sus verdaderas intenciones, habrían planificado
de mejor manera cómo manejar al montón de animales que se quedarían sin hogar,
en lugar de lavarse las manos como han hecho hasta ahora.
El cirquero no gana nada
maltratando al animal. Necesita, por el contrario, que la atracción de su circo
se vea sana y bien alimentada. Representa para él una inversión y mientras más
tiempo la pueda conservar en buen estado, más tiempo tendrá para devengarla y
generar utilidades con ella. Eso sin mencionar que enemistarse y violentar a un
animal salvaje sólo hará más violento al animal, complicando así su
manejo y presentación frente al público.
Me queda claro que habrá por ahí
algún cirquero que maltrate a sus animales. La Procuraduría Federal de
Protección al Ambiente (Profepa) tiene registradas más de mil bestias que se
presentan en actos circenses bajo alguna carpa, de las cuales han asegurado
apenas 136; 103 por no acreditar su lícita procedencia, 5 por carecer del
permiso legal y tan solo 28 por faltas de trato digno. Ni siquiera el 3%.
La preocupación por un maltrato
(ficticio o estadísticamente irrelevante) al animal, se tradujo en maltrato
(real y concreto) a las personas que con ellas se ganaban el sustento. De los
199 circos que se tenían registrados en el país, hoy operan únicamente 75. Más
de la mitad de esas fuentes legítimas de empleo quedaron desarticuladas, sus
trabajadores desamparados. ¿Le negaríamos al campesino su sustento por obligar
al caballo a tirar del arado? ¿Por qué no prohibir el uso de la lana de oveja,
dado el trauma que les produce que las esquilen periódicamente?
Aún más alarmante es que el
propósito original (o al menos el discurso demagógico que se usó para impulsar
la reforma) no se alcanzó. Nadie sabe qué hacer con esos animales que ya no
pueden ser usados en los espectáculos. El presidente de la Asociación de
Zoológicos y Acuarios de México (AZCARM), Carlos Alberto Guichard Romero,
indicó que a pesar de la disposición de los directores de estos recintos para
alojar a los animales expulsados de los circos, las limitaciones de infraestructura
y el plan de colección podrían impedir que se reciban a todas las especies. Alimentar con ocho kilos de carne diarios a un tigre adulto cuesta, después
de todo.
A todo esto, la autoridad ha
dicho que si bien la ley prohíbe que se utilicen animales en los actos
circenses, no limita a los circos a exhibirlos afuera de las carpas; cual
zoológico. De manera que, si se les maltrataba, si el traslado de una ciudad a
otra, o el confinamiento en espacios reducidos era perjudicial para el animal
(y lo que se pretendía corregir) eso seguirá ocurriendo, a pesar de la ley.
En conclusión, el gobierno y todo
su maravilloso aparato burocrática, encontró la manera de hacer la mayor
cantidad de daño con su legislación, no resolver el problema que pretendía
resolver y quedar como héroe gracias al discurso demagógico de protección al
ambiente. ¿En dónde están los animales, en el circo o en el congreso?
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