He estado leyendo novelas de Star Wars últimamente.
Quizá no sea la historia más compleja y apasionante jamás contada, o que
tenga los personajes mejor construidos y más entrañables; pero ciertamente en
medio de las batallas interestelares, las espadas láser y los encantadores
robots que se comunican con pitidos, se cuela una temática que resuena con
facilidad en nuestro mundo moderno: el conflicto entre la libertad y la
esclavitud, la autodeterminación y el servilismo, la democracia (la República)
y la dictadura (el Imperio).
Justo el último libro que leí toca el tema con particular cariño. La
Rebelión ha triunfado, se ha instalado una Nueva República en la Galaxia y aún
con menos de un año de formada ya está dando signos de no tener clara su
identidad y de cómo responder a los desafíos de gobierno. En una de las escenas
le preguntan a la Canciller, la cabeza del nuevo gobierno: ¿Le preocupa que
la Nueva República falle? ¿Sobrevivirá la República? La respuesta es
curiosa, por decir lo menos.
“Esto es democracia” contesta el personaje “Es extraña, desordenada. [...] Si, es un poco caótica. Ciertamente haremos algunas cosas mal. ¿Al Imperio? No les importaba la democracia. [...] Querían tener tanta razón que cualquiera que insinuara equivocarse o hacer las cosas de otra manera era calificado como enemigo. [...] Destruyeron otras voces para que sólo quedaran las suyas. Eso no somos nosotros. No siempre lo haremos bien, nunca lo tendremos perfecto, pero escucharemos.”
El pequeño discurso me hizo ponerme a pensar en las preocupantes
similitudes entre el panorama político nacional actual y este Imperio que
describe el libro, con su manía de acallar voces, en lugar de encontrar consensos.
Botón de ejemplo: las actitudes autocráticas de Ricardo Anaya, de Andrés Manuel,
la metodología del tapado del PRI, la guerra sucia que busca desacreditar al
candidato no argumentar, no escuchar. A su manera, cada uno impulsa que prevalezca
su idea, su candidatura, sobre la de los demás a cualquier costo a veces
aplastando otras ideas dentro de su mismo partido o grupo político. La falta de
este diálogo puede verse claramente por el número de candidaturas independientes,
impulsadas por inconformes y silenciados.
El ejemplo lo podemos extender no sólo a las campañas internas para
elegir al candidato, sino al ejercicio electoral completo. ¿Cuándo fue la última
elección en donde verdaderamente hubo manera de comparar y contrastar
diagnósticos de lo que le duele al país, propuestas de solución y planes de
acción para ponerlas en marcha? En los últimos años, la victoria va normalmente, no a quien escucha y
atiende, sino a quien puede hacer un despliegue más efectivo de recursos, de
propaganda. No estamos defendiendo ideas, no estamos promoviendo diálogo, no
estamos escuchando y al juzgar por las decisiones del TEPJF, empezar a hacerlo
ni siquiera está en la agenda.
El Tribunal recientemente avaló el uso
de tarjetas y monederos electrónicos como propaganda electoral. Esto, pese a
casos polémicos como el Monexgate o el uso de las tarjetas Salario Rosa durante
las elecciones para la gubernatura del Edomex. Básicamente, está autorizando
que se regale dinero (que, no olvidar, sale del presupuesto federal) al
electorado y como la activación de tarjetas y plásticos podría estar sujeta a
la victoria del candidato que las reparte, para fines prácticos permite la
coacción al voto.
El mensaje es claro: las ideas pasan a
segundo plano, lo importante es maximizar el alcance de las dádivas.
La problemática es
social y sistemática, no únicamente de nuestra estructura política. ¿Cuándo fue
la última vez que pudo tener una discusión política en México sin que alguien
le acusara, ya sea de chairo o de comparsa chayotero del régimen?
Hay que reconocer que nuestra capacidad de dialogar también está por los
suelos. Años de inculcarnos a no hablar de política, de religión y otros temas espinosos
en reuniones sociales por miedo a encender los ánimos de amistades y conocidos
nos han dejado con una incapacidad crónica para abordar esos temas; sin la
flexibilidad para entender un punto de vista sin dejarnos convencer por él.
¿Por dónde empezamos entonces a resolver el dilema? Haciendo un esfuerzo
por escuchar, por exponernos a nosotros y a nuestras ideas al escrutinio de
otros y atender a sus comentarios. Ya luego, utilizando nuestro criterio veremos
si vale la pena modificar nuestras ideas y nuestra conducta según lo que
escuchamos. Lo esencial, sin embargo, es que no cerremos las orejas. En
palabras de la Canciller del Senado Galáctico:
“No siempre lo haremos bien, nunca lo tendremos perfecto, pero escucharemos. Hemos abierto nuestros oídos a las incontables voces que claman a través de la galaxia y siempre escucharemos. Así es como la democracia sobrevive. Así es como prospera.”
Escuchar implica primero callar. Aprender a callar es la mejor forma de argumentar inteligentemente. Ojalá lo logremos.
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