Formalmente las precampañas terminaron el 12 de febrero y las campañas no iniciarán sino hasta el 30 de marzo. Aún así, suponer que en este entretiempo es irrelevante en la contienda electoral sería pecar de inocente. La percepción de la población no es estática. Las tres principales coaliciones políticas lo saben y se han estado moviendo para cimentar el tono, estrategia y discurso a usar por sus candidatos durante los meses de campaña. Desafortunadamente por lo que se ve, dadas las acusaciones levantadas contra Meade, Anaya y Andrés Manuel, el ejercicio democrático se verá reducido a una espectacular guerra de lodo.
Será una guerra de descalificaciones, como ha venido siendo desde el año 2000 (solo que entonces que Fox llamara ocasionalmente mariquita y Lavestida a su rival nos parecía jocoso) y esto es lamentable por varias razones:
La primera porque demuestra que, de los tres candidatos más fuertes, ninguno está por encima de usar la guerra sucia para salir adelante y conseguir la victoria; ninguno tiene esa nobleza de carácter y honorabilidad que sería deseable en un jefe de estado. En fin, en la guerra, en el amor y en política todo vale, supongo.
En segundo lugar, porque polariza a la población. El votante mexicano promedio participa en política exactamente igual a como participa en el fútbol: Se compromete con su equipo, grita desde las gradas, vitupera al rival y al árbitro si las cosas no les van bien y aunque entre aficionados del mismo equipo reconozcan sus deficiencias, demuestran una nada saludable cerrazón cuando algún externo se las recuerda. Tirar lodo sólo pone a este tipo de gente a la defensiva, los hace aferrarse con más fuerza a aquello que les da identidad y rechazar con más ganas cualquier diálogo productivo.
En tercer sitio, porque no priorizar las propuestas, el análisis y las soluciones fomenta el pensamiento mágico y el culto a la personalidad y retrasa (si no es que estanca) el desarrollo de una madurez política en el país. Siguiendo con nuestra analogía pambolera, el objetivo de un torneo de fútbol es ganar el torneo y punto; en política ganar la elección es apenas el primer paso. La mentalidad de aficionado nos hace pensar en el corto plazo, en que lo importante es llegar a la grande y ganar el trofeo y nos reduce al letargo los seis años entre una elección y otra, el descanso entre temporadas. No deberíamos celebrar el triunfo de un candidatoemos el triunfo de un candidato como si nuestro equipo
No es el proceso electoral que nos gustaría, pero es el que tenemos. Hay que apechugar y de lo malo hacer un esfuerzo por rescatar lo bueno. Extrapolando la actuación del candidato frente a una campaña de este tipo podemos por lo menos entrever de qué estan hechos realmente los candidatos, como reaccionan ante la presión y qué tipo de gobierno podríamos esperar cuando las cosas se tuerzan (como es inevitable que ocurra, según nos recuerda Murphy).
Meade podrá no estar detrás del súbito interés de la PGR en Ricardo Anaya, pero ahora sabemos que no ve mal usar selectivamente a las fuerzas del estado para acosar a la competencia. Ricardo Anaya podrá haberse presentado como un candidato diferente y ciudadano, ahora sabemos que también pudiera tener cola que le pisen, porque la explicación que dio frente al pizarrón deja muchos huecos. Andrés Manuel puede querer dar la imagen de ser el único capaz de frenar la corrupción, pero el Wall Street Journal ya nos dijo esta semana que quien sería su jefe de gabinete de llegar a la presidencia, trianguló recursos con sabrá Dios qué destino. Todo esto es información que necesitamos ir masticando antes de que nos toque decidir en las casillas.
Así las cosas y las elecciones no han ni empezado.
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