martes, 23 de octubre de 2018

Que entren, con orden.

El hecho de que los libertarios destaquemos los aspectos positivos del fenómeno migratorio (la riqueza cultural, que implique más gente para comerciar, para producir, para trabajar, etc.) no significa que no reconozcamos el conflicto entre dos libertades: la libertad de unos de entrar a un territorio y la libertad de los dueños de ese territorio de definir las reglas y condiciones de quién puede entrar. Yo no puedo entrar a cualquier casa bajo el argumento de que estoy ejerciendo mi derecho de libre tránsito y el propietario de la casa tiene todo el derecho de impedirme la entrada. Este principio tan sencillo a nivel individual, aplica igual en la propiedad del Estado. ¿Quién va a dejar entrar a un extraño en su casa? 

El control fronterizo tiene además otra razón de ser. Todo migrante trae consigo cierta mentalidad, cierto bagaje cultural, que colectivamente sostiene las instituciones de su país de origen. Si pudiéramos retirar de Suiza a todos sus habitantes y los sustituyéramos por entero de latinoamericanos, árabes o indios. ¿Suiza seguiría siendo Suiza? ¿Sus instituciones seguirían funcionando igual o cambiarían? ¿Para mejor o para peor?
Y no, eso no significa que por aceptar a la caravana nos vayamos a transformar en Honduras. Son apenas siete mil personas en un mar de ciento treinta millones de mexicanos. Si la influencia migratoria es pequeña, esta suele adaptarse con los años e integrarse al país que la recibe, pero si esta influencia es demasiado grande, empieza a producir transformaciones profundas y a institucionalizarlas. Para muestra, las profundas transformaciones que ha sufrido Estados Unidos y los paises europeos a raíz de la inmigración.

¿En qué quedamos con la caravana entonces?
Aceptémoslos, pero bajo un esquema legal y controlado. Leyes laxas, pero que permitan al mismo tiempo tomarle el pulso a la influencia que estén teniendo sobre nuestro país de manera que podamos construir las instituciones que queremos y necesitamos, no las que nos impongan. 


No, no creo que vengan a quitarnos empleos (en palabras de un cómico norteamericano: si una persona sin papeles, sin educación y sin hablar el idioma consigue quitarte la chamba, entonces quizá el migrante no sea el problema). Tampoco creo que la caravana sea tapadera de criminales (aunque sí pienso que más de algún aprovechado habrá en sus filas). Pero sí hay varios puntos que encuentro problemáticos. Es evidente que hay un gran apoyo externo en cuanto a organización y financiamiento. ¿De quién? ¿Por qué? Cui bono? Un vídeo grabado el pasado martes 16, aún en Guatemala, ubicó entre los organizadores a personas armadas ligadas al narcotráfico repartiendo 100 quetzales por cabeza. Ayer martes Excelsior publicó otro vídeo, ya en Tapachula, en donde dichos organizadores amenazan y amedrentan a la columna para que sigan las órdenes de los guías y permanezcan juntos, avanzando en grupo. Llegan incluso a azuzarlos con tasers. ¿Ha notado todo el circo mediático alrededor del evento cuando apenas en abril pasado cruzaron 1,200 personas sin que nadie dijera ni pío, cuando hemos visto las imágenes de La Bestia llena de personas encaramadas en sus vagones sin que se arme tanto jaleo?

Mi familia extendida está llena de migrantes que han estudiado y trabajado en países como Brasil, Argentina, Panamá, Canadá, Estados Unidos, Francia o Reino Unido. Algunos están ya haciendo vida en el extranjero, o consiguiendo la nacionalidad de su país de destino. La empresa donde trabajo trae a México a gente de la India, Rumanía o Alemania a trabajar con nosotros aún si, probablemente, pudiéramos encontrar connacionales con el perfil requerido para ocupar sus puestos. Como libertario, mi respeto a la libertad del individuo de buscar fortuna como mejor le parezca me obliga a considerar algún tipo de esquema migratorio. Ni por experiencia personal, ni por convicción política tengo argumentos para oponerme al fenómeno de la migración y sin embargo, también sostengo que quien piense que esto se trata de un movimiento autónomo y espontáneamente organizado peca de inocente y precisamente por eso necesitamos un control en la frontera.

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