martes, 12 de febrero de 2019

Cacocracia

En su libro “El Mito del Votante Racional: Por qué las Democracias Escogen Malas Políticas”, Bryan Caplan sostiene que las personas son racionales cuando existe un costo por estar equivocado. Cuando se trata de escoger un trabajo, comprar leche, contratar empleados, o elegir qué hacer y donde invertir los ahorros, uno sopesa las opciones con cuidado porque sentirá las consecuencias de inmediato. Así, un racista enfrentará su propia irracionalidad y contratará a una persona de color altamente cualificada porque las alternativas serían costosas para su compañía. Un acérrimo proteccionista seguiría subcontratando migrantes ilegales, porque desea la ventaja de pagar menos y tener mejores precios. Alguien que cree en espíritus se sobrepondrá al rumor de que la tienda de descuentos está embrujada si su presupuesto es limitado.
Pero cuando es poco costoso para las personas aferrarse a sus creencias (incluso si son incorrectas) la gente se niega a rechazar su propia lógica y no tiene incentivo para cuestionarse seriamente si lo que se cree es cierto.

Para la democracia mexicana, eso significa dos cosas:
  1. Equivocarse en democracia es poco costoso. La responsabilidad de lo que pase se diluirá entre los 56 millones de votantes que votamos y en el último de los casos, si algo sale definitivamente mal, podrá imputársele siempre a la persona elegida (maldito Peña, méndigo Calderón… etc.), eximiendo a los que votamos por ella.
  2. Es mucho más fácil, menos doloroso, hacerle segunda a quien respalda y reafirma mi visión del mundo (que en México, tristemente, es la visión de la víctima); así no necesito cuestonarla. Por eso el discurso populista atrae a tanta gente. Pensar es difícil, después de todo. Mejor quedarnos en nuestra zona de confort de lo que creemos correcto. 

Así pues la Democracia, románticamente llamada el gobierno del pueblo, puede dar a luz gobiernos que más bien son ineptocracias o cacocracias, (el gobierno de los ineptos, el gobierno de los peores) sencillamente porque nos incomoda pensar y nos incomoda responsabilizarnos.

¿No me cree que nos gobiernan ineptos, o por lo menos gente infinitamente inadecuada para las posiciones que ocupan? Examinemos al nuevo gobierno para probar el punto. Si le apetece, me salto y doy el beneficio de la duda a quien lo encabeza. Aunque Andrés Manuel tardó catorce años en concluir sus estudios en la UNAM, por lo menos los terminó. 

Empecemos con el Conacyt. Su nuevo subdirector, David Alexir Ledesma quien estará coordinando la comunicación estratégica del organismo, tiene 29 años, está cursando el tercer semestre en la carrera de comunicación y no ha tenido absolutamente ninguna experiencia en temas de ciencia y tecnología. Eso si, fue Asesor de Discursos de la senadora Dolores Padierna Luna y trabajó con Jenaro Villamil periodista que ahora es encargado de coordinar a los medios públicos del Estado.

También en Conacyt encontramos a Edith Arrieta Meza, licenciada en diseño de modas, pero que desde diciembre pasado forma parte del grupo de científicos, ambientalistas y juristas que regulan el uso de organismos genéticamente modificados en el país. Su única experiencia laboral previa es como jefa de la Unidad Departamental B de la delegación de Tlalpan durante la gestión de Claudia Seinbaum. Antes de eso, había sido candidata a diputada por Morena. Para poner en perspectiva, en la pasada administración, de las cinco direcciones de la Comisión a la que ahora pertenece Edith Arrieta, tres eran dirigidas por funcionarios con doctorado, una por un maestro en ciencias y otra por un licenciado en derecho. ¿Se alcanza a notar el contraste?

¿Pero qué esperanzas podemos tener de tener gente capacitada en las instituciones gubernamentales, si ni siquiera los altos mandos de las secretarías están a la altura? Esteban Moctezuma Barragán, nuestro nuevo Secretario de Educación, corrigió recientemente su declaración patrimonial para admitir que realmente no ha terminado la carrera de Abogado, aún debe materias en la UNAM. Esa es la envergadura de nuestro secretario de Educación (Ya ni hablar de su calidad moral, porque lo primero que intentó fue colar la mentira de que contaba con el título)

No sorprende nada que sea esta la administración que quiera echar para atrás la reforma educativa. Claramente este gobierno no está del lado del mérito, sino del amiguismo y el compadrazgo. Nuestra democracia ha dado a luz a un monstruo, a un gobierno de los peores, a una cacocracia.

Ante este panorama, varios me han preguntado: “Bueno ¿Y qué hacemos?” Van dos nuevas recomendaciones (que se suman a la de presionar al poder ejecutivo para que realmente juegue como contrapeso)
  1. Luche contra la irracionalidad racional que describe Caplan en su libro. Platique y discuta de política. Cuestione los supuestos y prejuicios propios y extraños. La idea no es pelearnos, ni ganar discusiones estériles, es contrastar, servir de espejo y prueba de fuego para ver si las ideas que tenemos se sostienen, o si son irracionales. Esté dispuesto también a poner bajo la lupa lo que usted cree y da por sentado.
  2. Asuma la responsabilidad de lo que elegimos y ayude a otros a asumirla. El “Yo no voté por tal” no es una defensa válida. El resultado de cada elección es producto de lo que hacemos y dejamos de hacer entre una y otra. Estudie los porqués, discútalos y hágalos muy evidentes en esas charlas del primer punto. Lleguemos a las urnas más informados y mejor preparados la próxima vez.

Con estas medidas, quizá dentro de seis años no tendremos al mejor gobierno posible, pero seguro nos ahorramos otros seis años de cacocracia.


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