La efeméride del día de ayer, 12 de octubre, el llamado Día de la Hispanidad, Día de la Raza o Día del Descubrimiento de América, a pesar de estar enterrado más de quinientos años en el pasado, parece haberse vuelto de un tiempo para acá punto contencioso y motivo de acaloradas discusiones. ¿Por qué? Porque le viene de perlas a los regímenes populistas.
Gobiernos populistas y bananeros como los que abundan en América Latina requieren de una narrativa en la cual todo tiempo pasado fue mejor y en la que un villano funja como chivo expiatorio y explicación para todos los males del país. Así el caudillo puede disfrazarse de héroe del pueblo, el protector contra el “villano”, el que restaurará la gloria del pasado.
El problema es que pintar el tiempo pasado como algo utópico y deseable requiere un revisionismo histórico francamente risible e inaceptable, así como una perspectiva absolutamente anacrónica que hace juicios morales de eventos del pasado con criterios del presente.
Si, los españoles subyugaron a los Aztecas a sangre y fuego para establecer su imperio, así como los Aztecas subyugaron a las comunidades vecinas para establecer el suyo. Sí, los españoles impusieron su cultura y religión a los nativos, así como los Aztecas conseguían prisioneros de entre los conquistados para sus sacrificios rituales. Si, los españoles enviaban a su patria buena parte de los productos naturales extraídos en las colonias, así como los Aztecas exigían tributo a tlaxcaltecas y totonacas para engrandecer Tenochtitlán.
Los españoles no hicieron nada que no se estuviera haciendo ya en América, sencillamente fueron mucho más eficientes haciéndolo. Porque las “gloriosas” civilizaciones mesoamericanas estaban en una etapa de desarrollo que en Eurasia se había superado 2,000 años antes del nacimiento de Colón.
Si quieren una probadita moderna de lo que eran las culturas indígenas y, sin necesidad de meternos en aprietos de los diferentes estándares morales según la etapa histórica dense un paseo por los municipios del país que todavía se rigen por “Usos y Costumbres”. Justo ayer se publicó una nota en el Reforma celebrando la liberación, después de diez días en prisión, de Angélica, un muchacha de 15 años que vive en La Montaña de Guerrero.
Angélica habia sido vendida a los 11 años para un matrimonio infantil forzado. Su suegro pagó por ella 120 mil pesos para que se casara con su hijo, que al poco tiempo de casado se fue de brasero a EU.
Angélica huyó tras cuatro intentos de violación por parte de su suegro, y se refugió con su abuela. El suegro, con todo el apoyo de la “Policía Comunitaria” exigió la devolución del pago “mas intereses”. La abuela de Angélica, Petra Aguilar Nava, de 70 años, fue encarcelada al no contar con el monto de la deuda, luego tomó su lugar la joven y después también las tres hermanitas.
No sé, a la mejor antes de acusar a hombres de hace 500 años de genocidas, violadores y asesinos, convendría que revisáramos lo que pasa en nuestro propio patio trasero, en los espacios en los que esas “gloriosas” culturas indígenas todavía tienen sus bastiones.
México nació como nación producto del choque cultural y de esa “última conquista”. Nuestro país se forjó en el crisol de la vida colonial que sentó las bases institucionales y culturales de nuestra nación, para bien o para mal. Estoy agradecido y celebro que así sea y por lo tanto, celebro el 12 de Octubre. No me siento indígena, no me siento español. Me siento mexicano. Y prefiero procurar por el bien de Mexico y su futuro, que limpiarle la cara a una cultura indígena que todavía hoy lastima y hiede.
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