El presidente llegó al poder esgrimiendo la bandera democrática. Su partido, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), se acomodó en la narrativa como el David democrático, contra los Goliats oligarcas y marrulleros: El Goliat PRI, el Goliat PAN, el Goliat INE, el Goliat “Mafia-del-Poder”, el Goliat “Inserte-aquí-al-villano-en-turno”.
Morena alimentó esta narrativa con las mentiras mil veces desmentidas de los fraudes electorales del 2000 y el 2006. De tal suerte que cuando finalmente obtuvo el poder (más por demérito ajeno que por mérito propio), pudo presumirla como el justo triunfo de la voluntad popular; a la que finalmente se le había permitido expresarse. Esto, pese a que la elección que finalmente los llevó al poder fue esencialmente la misma en su proceso y organización, que las dos anteriores.
Una vez entronizado Andrés Manuel y el movimiento quisieron seguirse colgando de esa narrativa. Iniciativas como las consultas populares para la cancelación del aeropuerto en Texcoco, el Tren Maya, el juicio a los Ex-Presidentes, no fueron sino maneras de continuar envolviéndose de esa mística de que, ahora sí, Morena había traído la democracia a México y era su principal promotor.
No importaba que la democracia en el país hubiera sido una victoria colectiva resultado de años de esfuerzos desde finales de los ochentas, cristalizada con el nacimiento del INE en 1990 y la primera Cámara de Diputados sin mayoría absoluta para el PRI en las elecciones federales de 1997. No importaba que esa misma democracia fuera la que les permitió llegar al poder. No importaba que algunas de las consultas no tuvieran nada que ver con las facultades gubernamentales que la Constitución les otorga (como decidir si se construía o no una planta cervecera de Constellation Brands en Baja California)
Lo que importaba era la mística, la imagen, el discurso…
Bueno, pues este fin de semana ese discurso de rompió definitivamente.
Morena llevó a cabo sus elecciones internas, en medio de disturbios e irregularidades. El partido que se presumía garante de la democracia se descubrió como el nido de ratas, chapulines y mercenarios políticos que siempre fue: una amalgama de intereses y ambiciones vagamente unidos con el pegamento de la popularidad del presidente.
Durante el sábado y domingo, militantes de Morena participaron en la realización de 300 asambleas distritales en todo el país, con el objetivo de iniciar con el proceso de renovación de los órganos de dirección de este partido político a nivel estatal y nacional. Los elegidos en este proceso tendrán un papel clave en la repartición de candidaturas para las elecciones del 2023 y 2024, por lo que no es cosa menor.
El saldo es lamentable, el partido de los paladines democráticos se llenó de denuncias de toda índole: boletas falsas, robo y destrucción o quema de urnas y papelería electoral, embarazo de urnas, acarreos, compra del voto, conatos de violencia, intervención de funcionarios públicos o uso de recursos públicos, distribución de papeles para “orientar” el voto, exclusión de escrutadores responsables del cómputo para que no lo atestiguaran… en fin.
El golpe a la legitimidad de los resultados, pero sobre todo a la imagen del movimiento y del futuro candidato presidencial, no es menor. El presidente tuvo que salir a desmentir y minimizar en la mañanera, la Fiscalía General de la República tuvo que anunciar que aún mantenía las carpetas de investigación contra Peña Nieto (sin avanzarlas nuca) en fin, hubo que poner a trabajar la caja china.
Conociendo al grueso de la población mexicana, funcionará. El impacto real será mínimo. Por eso veo necesarias estas líneas, para que el cochinero no pase desapercibido, ni sea olvidado y nadie salga con el cuento barato del “no podía saberse”
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