miércoles, 31 de mayo de 2023

El único métrico que importa.

 



El domingo tendremos una jornada más de elecciones en los estados de México y Coahuila. Los resultados de esas elecciones serán barómetro para anticipar el 2024, al menos en parte y con sus asegunes. Yo estaré pendiente de una sola métrica: La participación ciudadana. Sostengo que, independientemente de quien gane las elecciones, el primer enemigo a vencer es ese: el abstencionismo, el hartazgo.


Una baja participación es reflejo de que, como sociedad, no estamos dándole importancia al acontecer político, o no nos creemos que tengamos ningún poder para cambiarlo. Esto es comprensible, pero igualmente inaceptable. A través de nuestros representantes se ejercen 8.3 billones (millón de millones) de pesos, que son dinero de todos y debieran aplicarse en beneficio de todos. Sólo la transparente y juiciosa aplicación de esos recursos justifica su recaudación. Y sólo la atenta mirada y activa participación de la sociedad con sus representantes hace posible esa aplicación. Nuestra labor ciudadana constante es punto de partida sine qua non para el progreso que queremos ver y la vida que queremos vivir. 

Nada ocurre “por arte de magia” y la democracia no es un “piloto automático” para la prosperidad. Hay que operarla todos los días, especialmente el día de la elección.


Luego están las consideraciones de corte más práctico. Una baja participación le favorece a las estructuras partidistas, a la red de voluntarios y/o acarreados cuyo voto está comprometido y que normalmente llamamos “voto duro”. Estas estructuras viven del y se mueven con presupuesto público. Normalmente se alínean con el mejor postor o con la organización política (partido) que les de ciertas garantías. Y como el que tiene acceso al presupuesto es el partido en el poder, normalmente sostienen al oficialismo.


La efectividad de estas estructuras depende directamente de qué porcentaje de la votación total constituyan. Si apenas votan unos cuantos ciudadanos libres, pueden definir elecciones. Si la ciudadanía inunda las urnas, apenas representarán uno o dos puntos porcentuales. Conviene pues, ir a votar.


Ojalá la participación en la elección del domingo sea apabullante y las urnas queden casi a reventar de votos libres. Ojalá, también, gane la oposición y se le ponga un freno, o al menos una traba, a la sistemática destrucción institucional y económica del país que impulsa el partido del presidente. Pero aunque deseo que todo eso pase, nada podemos hacer ya de aquí al domingo para que ello suceda o no. Las campañas terminaron, los dados están echados y el resultado (sea cual sea) será final y democrático.


Lo que si podemos hacer, es fijarnos en el barómetro de la participación ciudadana. Y si el indicador se ve mal, ponernos a trabajar desde ya en invitar a votar. Convencer a familiares y amigos de acudir a las urnas en 2024. Estamos a un año. Hay mucho tiempo para aplicar el cambio de timón que veamos más conveniente.


Este es, si acaso, la mejor y única lectura que debemos hacer de la elección del domingo. Ni bajar los brazos si gana el partido guinda, ni echarnos en la hamaca si la coalición opositora se alza con la victoria. Pero estar atentos para saber qué pasó y cómo pinta de cara al próximo año.




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