La cuarta transformación como movimiento ideológico y plan de gobierno, no existe. Es meramente un recurso narrativo útil que el presidente y algunas otras personas han utilizado pero que no tiene fondo, ni estrategia, ni objetivo alguno que no sea hacerse con el poder. Y ninguna otra cosa deja tanto en evidencia este hecho como la lucha descarnada que estamos viendo por hacerse con la presidencia de Morena.
Desde su concepción en octubre de 2011, el movimiento fue diseñado como una herramienta para aglutinar apoyos de las más variadas fuentes, y darle a todas ellas una cobija de legitimidad con la etiqueta de “movimiento ciudadano”. Bajo esa cobija, Andrés Manuel metía lo mismo al ala conservadora más dura del PES y a Manuel Espino, que al ala castrochavista de Yeidckol Polevnsky y Epigmenio Ibarra, como a lo más podrido del viejo priismo de Ricardo Monreal, Porfirio Muñoz Ledo y Manuel Barlett. No había nada que coaligara a esa caterva de impresentables salvo la figura de Andrés, su potencial victoria electoral y el rédito político que se pudiera sacar de la misma.
Avanzamos tan sólo dos años después de la victoria de 2018 y todas estas distintas facciones (y algunas nuevas) se disputan ahora la presidencia del partido y con ella, una enorme influencia en la elección de los candidatos a las próximas elecciones en 2021 (en las que se elegirán 15 gobernadores, 500 diputados, 30 congresos locales y casi 2.000 ayuntamientos) y una posición de ventaja para acomodar piezas de cara a 2024.
105 nombres se inscribieron para la elección de la nueva cúpula del partido, que el INE prontamente pidió reducir a seis para mantener algún atisbo de racionalidad. La lucha por estar en ese listado final es tan dura que algunos aspirantes se valen de cualquier método, incluso acusar de disparidad de género en el número de candidatos y candidatas.
La batalla fraticida revela la inexistencia de ese fondo, de ese ideal que dicen enarbolar como “La cuarta transformación” y que los “ideales de MORENA”, pasan a segundo plano frente a sus proyectos políticos de las tribus originales y su hambre de poder. El hecho de que el presidente no esté haciendo nada para preservarla (la 4T) por encima de disidencias políticas internas, es también clara evidencia de que él mismo no tiene claro qué significa la muletilla, más allá de conseguirle la presidencia. Lo que pase a posteriori más bien le da igual.
¿Qué sigue para el partido? Pues tras varias impugnaciones ante las autoridades electorales, se ha definido un proceso de selección por encuestas, que se llevará a cabo entre el 26 de septiembre y el 2 de octubre, tratado de reducir ese ridículo número de aspirantes a algo más manejable. ¿A partir de ahí? Cada uno por su cuenta y que sea lo que Dios quiera, porque eso de pedir un proyecto político serio es mucho para un partido que no es tal, sino una aglutinación de intereses y ambiciones.
¿Y a nosotros los ciudadanos? Pues más nos vale atender lo que está pasando y anotar bien nombres y apellidos de todas las aves de carroña que se disputan el partido. Al mismo es bien importante aprovechar las luchas intestinas para señalarle a Juanito Pueblo que Morena no es “distinto” ni una “transformación de la vida política del país” (como podría serlo, ¡si son los mismos pero de otro color!) Si conseguimos hacer que ese mensaje llegue al electorado antes del 2021, quizá podríamos ahorrarnos otra victoria para el populismo simplón.
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