La situación política de España con la Cataluña independentista, aunque
ha venido cocinándose desde (por lo menos) junio de 2010, se convirtió en un
drama de mucha tensión los últimos seis meses de 2017. Y a pesar de que el
gobierno de Mariano Rajoy haya intentado pasar página convocando a elecciones
el pasado 21 de diciembre en Cataluña, los resultados indican que el tema va
para largo, y que podemos seguir esperando inestabilidad política en la región.
El bloque independentista mantuvo la mayoría absoluta, por un margen
extremadamente ajustado. Seguramente no quitará el dedo del renglón, aunque le
cueste más trabajo sacar adelante su agenda (requerirá del apoyo de pequeños
partidos de extrema-izquierda antisistema con la que será difícil alcanzar
acuerdos).
Los independentistas tienen, además, otro problema. En un curioso giro
de los acontecimientos, la llama del espíritu secesionista parece habérseles
salido de las manos e iniciado un pequeño incendio en el corazón mismo de
Cataluña: Barcelona.
Una agrupación llamada Plataforma per l'Autonomia de Barcelona ha tomado
impulso a raíz de los resultados de la última elección. Solicitan al gobierno
nacional convertir el territorio de Tabarnia (básicamente Barcelona y
Tarragona) en una “nueva comunidad autónoma dentro de España e independiente de
Cataluña”. Es decir, se trata de un movimiento de secesión del independentismo
de parte de la zona más urbana, cosmopolita y económicamente activa de
Cataluña.
Los argumentos que esgrime la Plataforma para independizarse de
Cataluña, satíricamente o no, son esencialmente los mismos que la Generalitat
está usando para independizarse de España, incluso hasta el punto de copiar el
eslogan: “Barcelona is not Catalonia”
La ciudad de Barcelona aporta al gobierno de Cataluña 22.5 millones de
euros pero solo recibe 18 millones en gastos e inversiones, lo que califican de
“expolio” de parte de la Generalitat Barcelona representa, además, al
73,8% de la población catalana, pero reparte sólo el 63% de los escaños en el Parlament.
Está, por tanto, infrarrepresentada. Y como el apoyo al independentismo catalán
es mucho más fuerte en las provincias rurales de Girona y Lleida (con 20%
porcentuales más), esta falta de representación pesa. El parlamento catalán
podría estar configurado de una forma muy, muy distinta.
Además, constituir una nueva comunidad autónoma exclusiva para una
ciudad importante tiene precedente con Madrid, en los 70s. Esta nueva división
sería completa y absolutamente legal… si logran convencer a los diputados.
A mí me resulta especialmente divertido e irónico porque, a pesar de ser
argumentos y circunstancias que parecen copia y calca, mientras Cataluña pugna
por su independencia, tacha esta plataforma y a sus miembros de utilizar “fronteras
inventadas, nacionalismo étnico, populismo económico sostenido sobre agravios
imaginarios”
¿No se muerden la lengua, pues?
No es mi intención discernir aquí qué es lo que debe hacerse con la
situación específica de España-Cataluña-Tabarnia. Pero creo importante
reflexionar acerca de la que, aparentemente, es ya una fiebre por la
independencia que está ardiendo en Europa. Por poner algunos ejemplos: Cataluña
y el País Vasco en España, Flandes en Bélgica, el Veneto italiano, Escocia en
Reino Unido, Chechenia en Rusia y Kosovo en Serbia, son todos territorios que,
en mayor o menor medida, tienen corrientes, promotores y apoyos independentistas.
Si nos tomamos la idea de la independencia en serio y la llevamos hasta
las últimas consecuencias, ésta termina con el individuo; que es, según su
misma etimología, indivisible. Puedo apoyar esa idea de independencia. Una en
la cual (aunque suenen repetitivos los argumentos) no corro el riesgo de ser
expoliado por el gobierno a través de impuestos que luego no veo reflejados en
servicios públicos, mientras soy infrarrepresentado por un político con el que
jamás he cruzada palabra y que no conoce mis necesidades reales.
Una “independencia” que no termine así, en el reconocimiento de la del
individuo, es replicar, en menor escala, los problemas de cualquier Estado, sin
importar quién lo gobierne o qué política siga. Es fraccionar el esfuerzo y los
recursos para salir adelante como comunidad por la idea egoísta de: “a mí no me
están dando tanto como lo que aporto”. Es multiplicar la oportunidad de que se
produzcan conflictos diplomáticos (y bélicos) entre naciones y al interior de
las mismas.
Salvo en regímenes represores, promover el independentismo por el
independentismo mismo no es promover el bienestar, ni la justicia, ni la paz;
es sacrificarse para darle a un grupo de políticos un juguete nuevo, brillante
y sin ningún control central al que tengan que rendirle cuentas de cómo lo
utilizan. Es promover aislacionismo y la mentira populista de que “ahora sí”
vamos a poder progresar porque las condiciones cambiaron, cuando en realidad
sólo cambiamos a un amo por otro y a nuestro terruño por una fracción del mismo.
Aboguemos mejor por una política de unión, no de división; de
similitudes, no de diferencias. Iniciativas como la conformación de organismos
internacionales parecidos a los de la Comunidad Económica Europea, por ejemplo,
que unifiquen nuestros esfuerzos por salir adelante no sólo como individuos o
naciones –grandes o pequeñas– sino como especie humana en primera instancia, y finalmente
como planeta interconectado e interdependiente.
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