miércoles, 26 de octubre de 2016

El reto del Papa

Esta semana, el Papa Francisco recibió en el Vaticano, en privado, al Presidente de Venezuela Nicolás Maduro. La reunión es la manera del Papa de dar seguimiento a la carta que le enviara al mandatario sudamericano desde mayo en la cual, según el vocero de la Santa Sede, le instaba a escuchar la voz de un pueblo que sufría una de las más pesadas crisis política, social y económica de las que se tiene registro.

La reunión fue todo un éxito. Abogando por un diálogo sincero y constructivo, el Papa consiguió convencer al gobierno de Nicolás Maduro y a la alianza opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) de sentarse a negociar una salida a la situación crítica del país . La reunión está programada para el próximo 30 de octubre en Isla de Margarita.

No es la primera vez que este Papa intercede por aliviar una situación que considera injusta o contraria a sus principios. Según el mismo departamento de estado de los Estados Unidos, su participación fue crucial en el reinicio de las relaciones de este país con Cuba luego de más de cincuenta años de enemistad. También podemos mencionar su visita a principios de año a las zonas de nuestro país más castigadas por la violencia o su labor para detener el conflicto en Siria, su apoyo a la conformación de un estado Palestino y ahora se mete de lleno en el conflicto político venezolano.

El Papa ha recuperado y revitalizado, en poco más de tres años de intenso pontificado, el rol internacional del Estado Vaticano, persiguiendo la paz, el diálogo y los acuerdos ahí donde son más necesarios. Aunque ha sido duramente criticado por algunos sectores, yo creo que el mundo lo necesita.

Occidente la OTAN ha fracasado en reconocer que el fortalecimiento militar de Rusia obliga a adoptar una nueva estrategia en las relaciones con su histórico rival. Las tensiones en diferentes escenarios en donde ambos grupos tienen intereses (como Siria o Ucrania) han escalado peligrosamente a niveles parecidos a los de la Guerra Fría.
Norcorea, por su lado y de un tiempo a acá, realiza pruebas militares de sus misiles de medio alcance muy cerca del paralelo 38° norte. La situación ya ha empujado a China a pedir la colaboración del Consejo de Seguridad de la ONU. Y en otros frentes, Medio Oriente, el Estado Islámico y Tierra Santa siguen siendo puntos de conflicto.
Visto lo visto ¿No es de vital importancia tener a alguien que abogue y se involucre de manera directa por la consecución de la paz?

La Iglesia Católica es una institución humana y por lo tanto falible. Quienes la conformamos, aunque comprometidos a practicar y compartir un estilo de vida que creemos positivo y liberador, podemos a veces olvidarnos de nuestras obligaciones con el mundo.
Yo le aplaudo enormemente al Papa su iniciativa y su valor. No sólo por su participación internacional, sino por el mensaje que transmite. En medio de tan graves circunstancias, abraza su misión evangelizadora y predica con el ejemplo en el gran escenario internacional, para que cada uno le sigamos en nuestros más modestos espacios, privilegiando el encuentro y la paz ahí donde podamos.

La pregunta es ¿Estamos dispuestos a asumir el reto que nos pone con su ejemplo?

miércoles, 19 de octubre de 2016

No les importamos

131 contratos a empresas fantasma, más de 940 millones de pesos desviados. La magnitud del desfalco está perfilando a Javier Duarte como el tema de conversación dominante de aquí a que termine el año, quizá durante más tiempo. Fue, sin duda, el tema “grande” de la semana y por lo tanto se ganó, a mi juicio, el espacio de esta semana en el blog.

Habiendo definido el tema, comencé a buscar las últimas notas del caso para dar una opinión informada. Normalmente, es en ese crisol de notas periodísticas que encuentro el enfoque que quiero usar para el tema, y de ahí, la inspiración para la entrada de la semana. Sin embargo, en esta ocasión no ocurrió así. Lejos de despertar un espíritu incendiario, un ánimo inquisidor o el menor atisbo de reclamo, leer la investigación completa me dejó, más que cualquier otra cosa, triste, dolido.

Es triste porque es un caso que refleja, como nunca antes, los huecos que sistemáticamente aprovecha (y abusa) la clase política en este país. Es doloroso porque no es la primera vez que pasa (caso Moreira, por poner un botón de muestra) y sin embargo en ninguna de las ocasiones anteriores y probablemente en esta tampoco se han tomado las medidas para asegurarse de que no pueda volver a ocurrir.

Empezando porque nos enteramos del hecho a través de una investigación periodística (mis felicitaciones a Animal Político) en lugar de que los organismos de control interno gubernamentales hagan su trabajo. Pasando por que el político implicado apele al mentadísimo recurso de acusar de complot, incriminación y mala fe cuando se ve descubierto (al punto de meterle una demanda a Grupo REFORMA por presunto daño moral). Haciendo la parada obligada para esperar a que la masa crítica de casos, acusaciones y pruebas alcance la densidad suficiente para que en este país pase algo. Y rematando con un escape inverosímil pero cantado de parte del acusado, que pide licencia para “Hacer frente a los procesos penales” y luego se desaparece.  El corolario de la PGR girando una orden de aprehensión es sólo echar sal a la herida, a pesar de ser un funcionario con licencia Duarte todavía goza de fuero y por lo tanto no podrá ser perseguido ni aprehendido hasta las primeras horas del día 1° de diciembre. Se le está dando al criminal mes y medio de ventaja.


La historia, al menos en su estructura básica, se ha repetido hasta el cansancio en este país. Desde el señor de las ligas hasta el gobernador jarocho con licencia; la avalancha de casos en los últimos años, en administraciones de todos los partidos y colores es una declaración clara y contundente: No les importamos.

A los de los curules, los presidentes de los partidos, a los que dicen discursos bonitos y hacen promesas cada seis años; a ellos les importa poco, bien poco, lo que finalmente acabe pasando con las personas para las que, en teoría, trabajan y que apoquinan para engordar sus sucias billeteras. Somos para ellos un medio, no un fin. El modo de llegar al siguiente hueso y tener más, somos números, votos. Y sin embargo, seguimos (como no me cansaré de decir en este espacio) mirándolos hacia arriba, esperando que venga de ellos la solución a nuestros problemas. Una solución que jamás llegará, por más marchas reclamos y plantones que organicemos.

Y al mismo tiempo, mientras escribía la nota de hoy, me llegó el mensaje de un familiar que recuperó una cartera perdida gracias a un niño de más o menos doce años y su papá que la encontraron en la calle, buscaron su dirección y se la entregaron.
En pequeños gestos como ese, aunque usted no lo crea, descansa mi esperanza para este país. Si el cambio va a llegar, tendrá que ser desde las bases: desde personas a las que sí les importe el que tiene al lado, que sí entiende conceptos básicos como “No toco lo que no es mío” y “Cuido lo que es de todos”. Costumbres que todavía nuestros políticos no practican. Que la actitud y el civismo de la población sirva para empañarlos..

miércoles, 12 de octubre de 2016

Las oportunidades perdidas.

Hay en economía un concepto que se conoce como costo de oportunidad, que en términos sencillos representa el valor de las alternativas descartadas al tomar una decisión. Si con $5.00 podemos comprar o una taza de café o un helado, el costo de oportunidad de la taza de café es el helado que ya no podremos comprarnos. Sacrificamos la oportunidad del helado, por decirlo así.

Mientras más compleja la decisión y más abierta la baraja de opciones de la misma, más complicado es medir su costo de oportunidad. Como además el cálculo debe hacerse en base a suposiciones subjetivas (¿Qué hubiera pasado si...?) y es una discusión por demás estéril (el hubiera no existe), difícilmente se le considera un indicador clave y es fácil hacerlo a un lado en favor de datos más firmes..
No por eso, sin embargo, deja de ser importante echarle un vistazo de vez en cuando para ver en qué y cómo estamos gastando y de qué nos estamos perdiendo.

¿Se ha preguntado, por ejemplo, cuánto nos cuesta la inseguridad en México en términos de costo de oportunidad?
Según un reportaje de Animal Político, del 2001 al 2013, el presupuesto anual destinado a seguridad a nivel federal subió 200%; el de los estados se incrementó un 97%. En 2016, se invirtieron $286 mil millones de pesos, sin contar lo que los estados ponen cada uno por su cuenta. A eso habría que sumarle el gasto privado para sentirnos seguros: desde enrejados, cercas eléctricas, cerraduras adicionales, alarmas, bastones para automóviles hasta sistemas de videovigilancia, veladores y guardias de seguridad privada en las oficinas fábricas y almacenes del país.

Ese es sólo el costo monetario tangible, el costo de oportunidad va mucho más allá. ¿Qué hay de toda la población económicamente activa (y potencialmente brillante) que pierde la vida o las oportunidades por la delincuencia y la droga? ¿Qué hay de toda la inversión directa perdida porque no existen garantías de seguridad? ¿Qué hay de las aspiraciones económicas de una familia que de pronto pierde su patrimonio porque le robaron la casa o el automóvil? (La Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública 2015, del INEGI estima que 33.2% de los hogares mexicanos tuvieron a alguna víctima de delito en 2014)

Y no sólo es lo que perdemos por la delincuencia, sino también lo que dejamos de ganar. La inversión en seguridad es inversión en un factor “de higiene”, necesario para, pero no detonante de crecimiento económico. Mientras menos y más eficientemente gastemos en el combate a la delincuencia, más podemos invertir en otros factores más efectivos para el desarrollo.

Nuestra inversión en Investigación y Desarrollo, que los expertos señalan como motor indispensable en la economía del conocimiento del siglo XXI, de la que salen patentes, avances industriales y revoluciones tecnológicas representa apenas el .5% de nuestro producto interno bruto (PIB); bien lejos del 4.15% de Corea del Norte o el 3.47% de Japón.
¿Y en salud? ¿Y en educación?  

Lo bueno no se cuenta, dicen los anuncios del gobierno federal. El problema es que las oportunidades perdidas tampoco. ¿Hasta cuando?

miércoles, 5 de octubre de 2016

El león cree que todos son de su condición

En México no escasean las frases políticas desafortunadas; esas que, de no ser porque exudan cinismo, levantan ámpula y generan coraje, podríamos considerarlas hasta divertidas. Desde Javier Duarte comparando el crimen en Veracruz con “el robo de un frutsi y unos gansitos”, hasta el “Ya me cansé” de Murillo Karam en la conferencia de prensa de un tema que todavía hoy es delicado; son tantas las veces que nuestras figuras públicas han dicho una burrada que una recopilación podría encuadernarse en un volúmen de considerable tamaño. Hasta hace unos años nuestro máximo exponente era el expresidente Vicente Fox, al que su manera coloquial de hablar le valió en buena parte llegar a la presidencia y luego se las cobró todas durante su sexenio. Sin embargo, hoy por hoy le hace fuerte competencia (y a veces pareciera que intencionalmente) nuestro actual presidente: Enrique Peña Nieto.


“Este tema que tanto lacera, el tema de la corrupción, está en todos los órdenes de la sociedad y en todos los ámbitos. No hay nadie que pueda aventar la primera piedra.” soltó el titular del poder ejecutivo, en el punto álgido de un discurso con motivo de la Semana Nacional de la Transparencia.


Hace dos semanas platicamos sobre el equipo de asesores de Peña. Yo no sé quién en ese grupo le escribirá los discursos o por qué le siguen permitiendo improvisar cuando se sabe de sobra que eso de pensar sobre la marcha al mandatario se le complica. El caso es que, en sus labios, la frase sonó desafiante “Ni se atrevan a criticar, la Casa Blanca, Grupo Higa, la casa de mi compadre Videgaray, la tesis, Oceanografía... porque ustedes están igual”. El niño agarrando a palos el avispero, por más que se le ha dicho que no lo haga.




Señor Presidente, en México habemos millones de personas que podríamos, con toda la autoridad moral, lanzar una andanada lapidaria contra su administración. Imagino que estar rodeado de corruptela le parece natural, pero por favor no crea que todos estamos cortados con la misma tijera.
Sepa que la mayoría de los actos de corrupción en el país, así como los de mayor alcance por las personalidades y las estratosféricas cifras involucradas, provienen de su administración y del aparato gubernamental que usted dirige. Para muestra, permítame recordarle como a principios de julio sorprendieron a Arturo Escobar, senador del Partido Verde en el aeropuerto internacional de Chiapas con una maleta y más de un millón de pesos en efectivo que nunca pudo explicar (y vaya que se hizo bolas en el intento).


Pero no sólo en la gran escala es su gobierno fuente de corrupción. La corrupción hormiga, promovida por burocracias inefectivas e ineficientes, esa que vuelve casi imposible levantar un negocio a la derecha en México, también depende de usted y de la legislación vigente. El policía mordelón, el coyote enfrente de las dependencias gubernamentales, el endeudamiento que luego misteriosamente desaparece en los estados, todo supura de un sólo sitio, señor Presidente.

La frase, si es que era absolutamente indispensable decirla, no debía ser en tono de reproche, sino de contrición.  Y, lejos de ello, usted nos regaló hipocresía. Presumió en su discurso la conformación de instituciones para combatir la corrupción, los esfuerzos del gobierno por abatirla, pero entre las áreas más castigadas por el recorte presupuestal está la Secretaría de la Función Pública (responsable de auditarlo) y expertos señalan que el presupuesto asignado al Sistema Nacional Anticorrupción es insuficiente para echarlo a andar. Le recomiendo que lo revise, señor Presidente. Sería terrible imaginar que semejante sistema, con una legislación de vanguardia en el mundo, según presumió en su discurso, perdiera la partida antes de empezar, por culpa precisamente del rival que vino a combatir.