jueves, 23 de febrero de 2017

Desconectados de la realidad

Está muy documentado el hecho de que conforme una persona “exitosa” va ganando en reputación, dinero o estilo de vida, va desconectándose de la realidad con la que el grueso de la población batalla todos los días.
Esto en el caso de un músico, por ejemplo, puede resultar en que sus letras dejen de tener la profunidad emocional que lo proyectaron a la fama, que sus canciones dejen de “conectar” con el público por estar ahora llena de clichés y lugares comunes, en lugar de experiencias con las que la fanaticada pueda identificarse. También puede ocurrir que la celebridad tenga algún desliz cómico frente a las cámaras, que demuestre cuan alejado del mundo real está; como Jennifer Aniston declarando que ahorraba agua al lavarse los dientes mientras se duchaba.

Pero, así como a músicos y actores, a los políticos también les ocurre con frecuencia un fenómeno parecido. ¿Quién no se acuerda de Peña Nieto en campaña tratando de defenderse con un “no soy la señora de la casa” cuando le preguntaron el precio de las tortillas? ¿O de Susana Corella Platt, diputada del PRI en Sonora que en enero fue bautizada como Lady No Me Alcanza por quejarse de que ella pagaba sus traslados y no le daban para la gasolina (luego de embolsarse sendo aguinaldo de quinientos mil pesos)?

Seguramente todo ello nos pareció chusco. Pero que la gente que toma decisiones que afectan las condiciones de vida del resto de la población viva así de desconectada de la realidad es sumamente peligroso. El “vengo a aprender” de Videgaray al asumir el control de la Secretaría de Relaciones Exteriores tuvo implicaciones económicas reales y creo que a nadie le causó mayor gracia (o quizá sí, porque aquí en México, para no llorar, nos reímos hasta de nuestras tragedias).
El lunes pasado, para no irnos más lejos, el presidente del PRI hacía aventuradas declaraciones que también sonaban construidas en el aire, como que “los priistas si tienen principios” (ya sé, ya sé, yo también me reí) y que “la corrupción de Duarte no iba a manchar a su partido” (Usó ambas frases en el mismo discurso ¿nota usted la deliciosa ironía?).

A fin de constatar cuan lejos está la política tradicional de la realidad nacional, usemos a modo de medio de contraste para esta galería de personajes de caricatura, a la figura más representativa de la política independiente, esa que ha ganado adeptos precisamente por estar enchufada con la base ciudadana. José Pedro Kumamoto, a pesar de ocupar sólo un curul más en el congreso del estado ha dejado ya huella en el estado y hecho olas en el panorama político nacional; todo en base a alimentarse, fortalecerse y hacer simbiosis con la gente a la que representa. Todo en base a no desconectarse.

No sólo eso, sino que sus propuestas han servido para electrizar al resto de los políticos, para sacarlos de su nicho de comodidad. Abrogar el fuero, hacer de la transparencia una costumbre que deja mal parados al resto y ahora luchar directamente contra el financiamiento excesivo a los partidos políticos y ligarlo directamente a un indicador tangible de cuánto convencen y conectan con el electorado, me parecen soberbias maneras de acercar a toda la estructura política a las bases que les dan no sólo sustento, sino también su razón de ser.



Quizá no lo consigamos. Incluso en democracias más viejas la separación entre gobernados y gobernantes sigue siendo abismal  (No sólo le pasa a Peña. El primer ministro de Reino Unido tampoco supo decir durante una entrevista radiofónica en cuánto salía comprar ¡una hogaza de pan!) Pero ello no significa que no debamos de dejar de luchar por ello, tanto apoyando iniciativas como las de #SinVotoNoHayDinero, que ahora está en plena discusión, como fomentando en nuestras propias vidas las oportunidades de conectar con la realidad que nos rodea y practicar un poquito de empatía. Independientemente de lo que hagamos, procuremos no desconectarnos.

jueves, 16 de febrero de 2017

¡Yo no quiero unidad nacional!


Seguramente, si acostumbran escuchar radio o ver televisión ya han notado los spots del gobierno de la república. Esos que hablan de cómo en otros países están plagados de verdaderos problemas, guerras, crisis económicas y conflictos internos; y de cómo México es un país de caramelo donde le ponemos buena cara a las cosas y antes de preocuparnos nos abrazamos todos y cantamos a José Luis Rodriguez (¡Agárrense de las manos!).
Estoy exagerando, en efecto, pero es que el discurso de Presidencia buscando desesperadamente la unidad nacional francamente roza esos ridículos.

En tiempos de Trump, entiendo perfectamente que Enrique Peña Nieto necesite con desesperación apelar a la unidad nacional para mantener medianamente estable y tranquilo al país. Sobre todo considerando la demostrada ineptitud propia y de sus allegados para lidiar con el nuevo mandamás norteamericano, su incapacidad para presentar una postura firme frente al mono aullador de pronunciado tupé rubio que ocupa hoy el salón oval. La imagen de un país unido, fuerte, noble y trabajador podría, en parte, mitigar los efectos nocivos que las declaraciones y políticas del magnate color naranja que ya están costandole al país en inversión extranjera directa y en el encarecimiento del dólar.



Sin embargo, no sólo nuestros gobernantes en general y Peña Nieto en particular están mal equipados para tratar de hacerla de faro para que la nación se aglutine alrededor de su figura, (para muestra la marcha #VibraMéxico, que se quedó muy corta precisamente porque ese sentimiento anti-Trump no se traduce en un sentimiento pro-Gobierno), sino que también todo el concepto de “hacerle frente” a Trump pudiera estar equivocado.

La filosofía “America First” de Trump implica un aislamiento sin precedentes para una economía de ese tamaño, que ideológicamente, incluso bajo control demócrata, siempre ha abogado por el libre mercado. Estados Unidos tiene déficits comerciales que suman más 700 mil millones de euros. Es un país importador, que depende de otros países para seguir operando. En consecuencia, la política que propone es insostenible y muy probablemente termine en una crisis económica para el vecino país del norte.

Y sin embargo, ahí está México, todavía tocando una puerta que ya nos cerraron en las narices. Mendigando un vínculo comercial (el TLCAN) que antes de Trump muchos se habían cansado de criticar. Dispuesto a negociar con la quimera bajo sabrá Dios qué condiciones. E insistiendo en engancharnos a una economía que da muchas señales preocupantes de haber iniciado un proceso de autodestrucción. Todo esto, cuando todos sabemos que Trump no va a cambiar de opinión.

Si intentar arreglar lo que no está en nuestra esfera de influencia personal representa un enorme y estéril desgaste de recursos y una fuente de estrés, imaginen cómo se multiplica dicho desgaste cuando intentamos hacerlo a escala nacional.
Si la “unidad” nacional no va a hacer cambiar de idea a Trump (y de hecho, le hace los mandados), si, la versión de unidad que promueve gobernación implica sumisión a la estrategia obtusa del presidente (en lugar de buscar nuevos mercados en Asia o Europa, por ejemplo), si requiere negar la existencia de otros problemas más cercanos, más apremiantes más enfrentables, si además compromete nuestra libertad individual, que requiere de la posibilidad de disentir; entonces definitivamente no la quiero.

jueves, 9 de febrero de 2017

No es lo mismo 1917 que cien años después


Circula por las redes un vídeo que está levantando lo mismo indignación (con justa razón), y risas (porque no podía ser de otro modo estando en México, donde nos reímos hasta de nuestras tragedias). En el video, una entrevistadora de Grupo Imagen se acerca con varios de nuestros legisladores a hacerles preguntas que cualquier estudiante de un curso de Educación Cívica de nivel primaria de bería poder responder sin inconvenientes. ¿Qué artículo de nuestra Constitución protege el derecho a la educación? ¿Y el derecho al trabajo? ¿Cuántos artículos tiene nuestra Constitución?



Verlos derrapar con las respuestas, buscando una justificación (o una escapatoria, según se vea) es divertido hasta que uno recuerda que estos hombres y mujeres son los responsables de hacer las modificaciones a nuestra Constitución, supuestamente en beneficio de todos. Que la pregunta “¿Qué artículos modificó la Reforma Energética?” quede sin respuesta es especialmente preocupante. Luego de que dichas modificaciones dieran pie al gasolinazo de enero pasado y a las protestas y saqueos, todo lo sucedido invitaría a pensar que lo tendrían particularmente presente. Claramente no es el caso.

“El presidente, los secretarios de gobierno, estas personas juran guardar y hacer valer la Constitución al tomar el cargo” me decía mi papá cuando comentamos el punto. “¿Tú crees que pueden cumplir ese juramento si ni la conocen?”

Luego, el 5 de febrero, Grupo Reforma publicó los resultados de una Tercera Encuesta Nacional de Cultura Constitucional de la UNAM. Y ahí es donde quedó de manifiesto que el mexicano promedio está muy bueno para burlarse de la paja en el ojo del legislador, pero no ve la viga en el del ciudadano de a pie. Según la encuesta la mayoría de los mexicanos, (56.1%), considera que conoce poco de su Carta Magna; el 52.7% desconoce el año en que se aprobó y tampoco la relaciona con la Revolución Mexicana y tres de cada diez piensan que nació a partir de la Independencia de México.

Resulta que nuestra Constitución, esa que anda celebrando su centenario con moneda y billete nuevos, es un absoluto misterio para buena parte del país. Adapto la pregunta que me hacía mi padre ¿Usted cree, querido lector, que podemos defender y hacer valer nuestros derechos consagrados en dicho documento cuando no los conocemos?

Bueno, dijimos, es sólo cuestión de volver a darle una revisada. Si el deber cívico nos azuzara podríamos incluso leerla de pasta a pasta. Ajá. ¿Le ha echado una ojeada últimamente a su Carta Magna? La Constitución ha cambiado mucho en estos 100 años y probablemente no todos los cambios sean para bien.

La versión de 1917 tenía artículos sencillos, un sólo párrafo de texto claro y entendible. Tomemos el Artículo 3°, como botón de muestra. Se lee en la versión original:
“La enseñanza es libre, pero será laica la que se dé en los establecimientos oficiales de educación, lo mismo que la enseñanza primaria, elemental y superior que se imparta en los establecimientos particulares. Ninguna corporación religiosa, ni ministro de ningún culto podrán establecer y dirigir escuelas de educación primaria. Las escuelas primarias particulares sólo podrán establecerse sujetándose a la vigilancia oficial. En los establecimientos oficiales se establecerá gratuitamente la enseñanza primaria”

Quizá no es el artículo perfecto, ni la redacción ideal que hubiéramos querido, pero es conciso. El engendro actual tiene nueve fracciones, 27 párrafos, varios incisos y no dice mucho más de lo que expone el artículo original. Ahora considere que esta degeneración se replica en cada uno de los 136 artículos. ¿Así pretendemos que el ciudadano mexicano conozca y haga valer su Constitución, sus derechos?

¿Qué nos toca? En primera instancia, hacer un esfuerzo por conocer la Constitución, verborrágica como pueda ser. El desconocimiento de la ley no exime de su cumplimeinto, dice una máxima jurídica.
En segundo lugar, abogar por leyes más simples. Ya lo decía Tácito (historiador, cónsul y gobernador romano) "Cuánto más corrupto es el estado, más leyes tiene." ¡Cada párrafo adicional a la ley es una oportunidad de darle la vuelta, una obligación más del estado o un montón de tinta innecesaria que se plasmó ahí sólo para que nuestros legisladores tuvieran algo que presumir! ¡Pidamos leyes breves y claras!

¿No sería justo, en este mes de su cumpleaños, renovar nuestra Constitución y quitarle tanto parche?



jueves, 2 de febrero de 2017

Batallas ajenas

A menos de que sea una persona que le conozca y quiera bien, cuídese de quien se ofrezca a luchar sus batallas, porque normalmente nadie se echa broncas gratis. Probablemente el ofrecido en algo aventaje haciéndola de buen samaritano. Además, conforme más hagan por usted y más tiempo lo hagan, más pensará que depende de ellos y la dependencia es la manera más rápida de perder la libertad.

Lo que pretende el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), a través de sus Lineamientos Generales sobre la Defensa de las Audiencias es precisamente eso, pelear batallas ajenas. Ya sea porque nos suponen (nos, la audiencia) o demasiado tontos como para percatarnos de las chapuzas de los medios o demasiado débiles como para enfrentarlas. ¿De qué otra forma se explica uno el montón de regulaciones tontas que proponen?


¿De verdad piensan que necesitamos un aviso de cinco segundos cada que comience o termine una pausa comercial? ¡Ah! Y con notificación auditiva, por cualquier televidente que sufra discapacidad visual (sí, leyó usted bien). Los lineamientos también exigen que haya una clara diferenciación, indicada de forma visual y auditiva, entre la difusión de la información noticiosa y cualquier “opinión” o comentario que la acompañe. No imagino bajo este esquema ninguna mesa de análisis político que pueda hilvanar más de tres oraciones sin la necesidad de hacer una interrupción.

Cartón de Paco Calderón publicado en los periódicos de Grupo Reforma el pasado 1° de febrero, extraído de la fan page de Facebook del monero.


Estas medidas, aunque personalmente las siento insultantes, palidecen comparadas con algunas otras disposiciones de los mentados Lineamientos. So pretexto de defender nuestros derechos, el Instituto se atribuye funciones como la de evaluar la “veracidad y oportunidad” de las noticias difundidas, obligar a los concesionarios del espectro de radio y televisión a transmitir “rectificaciones” o establecer un “Código de Ética” para los medios. El incumplimiento de cualquiera de estas medidas puede acarrear sanciones desde la “suspensión de transmisiones” hasta el 3% de las ganancias anuales de la difusora de radio y televisión, o la cancelación de su concesión.


Veo implicaciones preocupantes en la legislación. Primero, que es, para fines prácticos, una ley mordaza mediante la cual, disfrazados de “audiencia”, diferentes grupos de presión pueden levantar denuncias anónimas y golpear voces que no les favorecen. La segunda, que es una medida que complica la operación de los nuevos concesionarios de radio y televisión, como Grupo Imagen y Radio Centro. La nueva reglamentación apesta a cabildeo de parte de Televisa y TV Azteca.  Y finalmente, la tercera, que está ya a la vuelta de la esquina el año electoral 2018 y que el control de los medios parece ser la única manera que tiene el PRI de tener alguna oportunidad en esta ocasión.


Desde un punto de vista Libertario, el IFT ni siquiera debería de existir. Pero asumiendo (sin conceder) que fuera realmente necesario, podría proteger los derechos de la audiencia procurando, o invitando (pero nunca obligando) a que la programación regular incluyera cierta cantidad de material educativo de calidad. En su lugar, el organismo comienza a imponer controles para regular aspectos que poco tienen que ver con la calidad de lo que recibimos como audiencia.


Defendamos nuestro derecho a librar nuestras propias batallas, sobre todo si estas son tan sencillas como ejercer nuestra capacidad de decidir qué queremos consumir, cambiar el canal del televisor, o sencillamente apagarlo si la programación no nos satisface. Aprendamos a reconocer que dependencias nos están generando para su propio beneficio. Y demostremosle a nuestros gobernantes que somos consumidores responsables, exigiendo que se nos reconozca como tales. Porque cuando alguien que no es el consumidor toma el control del mercado y decide lo que es adecuado y lo que no, estamos un paso más cerca de las grandes dictaduras.


Es nuestra batalla, respondamos de acuerdo al desafío.