jueves, 16 de febrero de 2017

¡Yo no quiero unidad nacional!


Seguramente, si acostumbran escuchar radio o ver televisión ya han notado los spots del gobierno de la república. Esos que hablan de cómo en otros países están plagados de verdaderos problemas, guerras, crisis económicas y conflictos internos; y de cómo México es un país de caramelo donde le ponemos buena cara a las cosas y antes de preocuparnos nos abrazamos todos y cantamos a José Luis Rodriguez (¡Agárrense de las manos!).
Estoy exagerando, en efecto, pero es que el discurso de Presidencia buscando desesperadamente la unidad nacional francamente roza esos ridículos.

En tiempos de Trump, entiendo perfectamente que Enrique Peña Nieto necesite con desesperación apelar a la unidad nacional para mantener medianamente estable y tranquilo al país. Sobre todo considerando la demostrada ineptitud propia y de sus allegados para lidiar con el nuevo mandamás norteamericano, su incapacidad para presentar una postura firme frente al mono aullador de pronunciado tupé rubio que ocupa hoy el salón oval. La imagen de un país unido, fuerte, noble y trabajador podría, en parte, mitigar los efectos nocivos que las declaraciones y políticas del magnate color naranja que ya están costandole al país en inversión extranjera directa y en el encarecimiento del dólar.



Sin embargo, no sólo nuestros gobernantes en general y Peña Nieto en particular están mal equipados para tratar de hacerla de faro para que la nación se aglutine alrededor de su figura, (para muestra la marcha #VibraMéxico, que se quedó muy corta precisamente porque ese sentimiento anti-Trump no se traduce en un sentimiento pro-Gobierno), sino que también todo el concepto de “hacerle frente” a Trump pudiera estar equivocado.

La filosofía “America First” de Trump implica un aislamiento sin precedentes para una economía de ese tamaño, que ideológicamente, incluso bajo control demócrata, siempre ha abogado por el libre mercado. Estados Unidos tiene déficits comerciales que suman más 700 mil millones de euros. Es un país importador, que depende de otros países para seguir operando. En consecuencia, la política que propone es insostenible y muy probablemente termine en una crisis económica para el vecino país del norte.

Y sin embargo, ahí está México, todavía tocando una puerta que ya nos cerraron en las narices. Mendigando un vínculo comercial (el TLCAN) que antes de Trump muchos se habían cansado de criticar. Dispuesto a negociar con la quimera bajo sabrá Dios qué condiciones. E insistiendo en engancharnos a una economía que da muchas señales preocupantes de haber iniciado un proceso de autodestrucción. Todo esto, cuando todos sabemos que Trump no va a cambiar de opinión.

Si intentar arreglar lo que no está en nuestra esfera de influencia personal representa un enorme y estéril desgaste de recursos y una fuente de estrés, imaginen cómo se multiplica dicho desgaste cuando intentamos hacerlo a escala nacional.
Si la “unidad” nacional no va a hacer cambiar de idea a Trump (y de hecho, le hace los mandados), si, la versión de unidad que promueve gobernación implica sumisión a la estrategia obtusa del presidente (en lugar de buscar nuevos mercados en Asia o Europa, por ejemplo), si requiere negar la existencia de otros problemas más cercanos, más apremiantes más enfrentables, si además compromete nuestra libertad individual, que requiere de la posibilidad de disentir; entonces definitivamente no la quiero.

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