domingo, 21 de diciembre de 2014

Resolviendo el problema del empleo (Parte 1)

La novela del salario mínimo en nuestro país dio otra vuelta de tuerca la noche del lunes, luego de que el PRI y el PAN abandonaran el recinto del Senado dejando sobre la mesa ese y otros pendientes igualmente importantes, como la reforma política del Distrito Federal.

La novela se extiende, al menos, desde octubre pasado; cuando tanto el Partido Acción Nacional como Miguel Ángel Mancera, jefe de gobierno capitalino, presentaron por separado propuestas para realizar una consulta ciudadana sobre un posible incremento a dicho salario mínimo. Ambas iniciativas fueron rechazadas por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sin embargo permitieron que se abriera el debate que sigue hasta el día de hoy.

Se habla de la necesidad apremiante de incrementar los ingresos de las familias mexicanas, se utiliza como recurso retórico a la indignante cantidad de gente que no tiene suficiente para cubrir sus necesidades más básicas y sobre todo se aprovecha hasta el hartazgo el tema como trampolín propagandístico. Quien propone un aumento por decreto lo hace parecer la panacea a los problemas de pobreza y desigualdad y se impregna de un falso tufo de defensor del pueblo y del trabajador.

De lo que nadie habla, sin embargo, es de lo que realmente es el salario, de dónde viene y de todos los periplos y vericuetos que tiene que pasar para llegar a las manos del trabajador que lo produce. Tampoco se habla del papel del gobierno en la reducción del poder adquisitivo del salario, o de como su intervención hace más complicada la generación de riqueza, que se traduciría en mejores ingresos. Así que, precisamente para darles un espacio, quiero tocar estas cuestiones en esta y las siguientes entradas.

El salario es, en esencia, una herramienta que permite distribuir la riqueza entre los que contribuyeron a generarla. Dicha riqueza se genera a través del trabajo, normalmente en forma de productos o servicios que resultan de la contribución de empleador y empleado.  Se forma así una relación simbiótica en la cual, lejos de ser enemigos, ambos actores son aliados que se benefician de un intercambio libre y voluntario.

Si hay un problema de salario entonces, en el fondo, hay un problema con esta relación simbiótica del trabajo, en calidad y en cantidad. Y ese problema no va a desaparecer por incrementar el salario mínimo, al contrario, va a agravarse: se estará repartiendo una riqueza que no se ha generado, las empresas transferirán los costos adicionales al consumidor final y quienes no tienen empleo tendrán más dificultad en conseguirlo si el costo de contratarlos es más alto.

¿Cómo hacer entonces para que cada mexicano tenga un trabajo que genere riqueza, que le asegure un salario digno y le ayude a crecer y a desarrollarse como persona?
Durante las próximas tres entradas hablaré de tres posibles soluciones al dilema y, más importante, de por qué dichas soluciones, aunque suenen sencillísimas, no han podido aplicarse en el país.
  1. Ofrecer más empleos.
  2. Apostar por trabajo que genere más valor y más riqueza.
  3. Retirar la carga tributaria de quien produce dicha riqueza (empleador y empleado). 

jueves, 11 de diciembre de 2014

Adán Cortés y Juan Escutia: El arte de arrojarse al vacío.

Esta semana corrió como pólvora la historia de Adán Cortés, un joven mexicano estudiante de Relaciones Internacionales en la UNAM al que se le hizo fácil interrumpir la ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz, en Noruega. Concretamente, al momento en que hacían entrega del galardón a Malala Yousafzai, la persona más joven jamás reconocida con este honor, entró a escena nuestro compatriota portando una bandera mexicana manchada con tinte rojo.
"Please, Malala... México" le imploró a la pakistaní. Poco más pudo hacer. En apenas instantes los responsables de la seguridad del evento lo detuvieron y sacaron del recinto.

Las reacciones no se hicieron esperar. Aquí en México muchos le reconocen su arrojo y algunos incluso le llaman héroe. Varios lo comparan con cierta figura de la historia mexicana que también tenía el vicio de arrojarse con nuestro blasón tricolor: Juan Escutia. Yo también les encuentro cierto parecido, pero por otras razones.

Igual que el cadete Escutia, por ejemplo, el gesto careció de cualquier impacto. El soldado se arrojó para evitar que la bandera cayera en manos enemigas y de cualquier modo el lienzo se encuentra ahora en exhibición como trofeo de guerra en la Academia Militar de West Pont, en los EE.UU. Adán ha admitido públicamente que lo hizo para que se siguiera hablando de Ayotzinapa y se le diera atención internacional. Triste destino, un recorrido el día de hoy por los portales de los principales diarios del mundo deja claro que la nota apenas trascendió. Ni Le Monde, ni CNN (la edición norteamericana) le dedican un espacio a su actuación, al menos no en sus primeras planas de "Internacional" y la nota de El País hay que buscarla con atención; si no se puede pasar de largo.

 También ambos actos están faltos de significado. El del cadete porque ver caer un cuerpo envuelto en la bandera desde lo alto de Chapultepec se entiende más, tanto por los connacionales como por los invasores, como un intento desesperado y cobarde de escapar de una batalla perdida, que como el acto arrebatado y heroico de un patriota. El del estudiante, porque si el objetivo era conseguir apoyo internacional, o algún tipo de presión extranjera al gobierno de Peña Nieto, falla miserablemente.

Las relaciones internacionales son tema delicado. Baste recordar el desafortunado comentario del presidente uruguayo José Mujica sobre México y el estado fallido para hacernos una idea de con que tiento debe tratarse cualquier asunto. Incluso Estados Unidos, que tiene fama de metomentodo, ha sido mesurado con sus declaraciones y la mayoría han sido ofreciendo apoyo y recursos al gobierno de Peña, no intentando desestabilizarlo.

Lo de Adán es un tema que los comunicólogos podrán debatir largo y tendido, pues su mensaje no solo equivoca de receptor (Malala, debo suponer, poco o nada sabe de la situación mexicana y puede hacer aún menos al respecto), sino que también está falto de contenido. Es un mensaje escueto, inconexo, que no refleja intención alguna. "Por favor, Malala... México" es un discurso no pensado, inspirado por la emoción del momento y un pobre sentimentalismo. Es ruido que no aporta nada y así no se puede debatir ni buscar ayuda.

Adán sirve como ejemplo de lo que ya mencionábamos en la entrada anterior. La protesta por protestar, la protesta a medias, la protesta por el espectáculo. Una verdadera transformación, un cambio profundo que nos impulse, no podemos esperarlo (ni pedirlo) de fuera; vendrá sólo cuando nos decidamos a tomar responsabilidad individual, cada uno en lo que nos toca y dejemos de estar pidiendo migajas a las potencias, nacionales o extranjeras.

Apostilla: Adán Cortés, se supo después, había pedido asilo político a las autoridades de Noruega. La solicitud le fue negada por supuesto, pues hasta donde sabemos, nadie tiene el mayor interés en hacerle ningún daño.
Lo que no deja de ser divertido, o por lo menos curioso, es que su carta de presentación con el gobierno nórdico fue una violación a su legislación interna. Acción que ya le costó dos mil dólares de multa por la alteración del orden y la comparecencia ante un tribunal de Oslo, pues la policía pide prisión preventiva.


martes, 9 de diciembre de 2014

¿Realmente queremos un cambio?

La desaparición forzada de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural "Raúl Isidro Burgos" hace poco más de un par de meses pudiera parecer el principio de ese cambio que todos queremos para México. Al grito de #TodosSomosAyotzinapa parece haber despertado una nueva sociedad, organizada, responsable y exigente con sus gobernantes; una sociedad que ya no esté dispuesta a tolerar más abusos y que, inspirada por el sentimiento democrático, será la piedra angular de una nación nueva, primermundista y progresiva.

Yo no estoy tan seguro.

Celebro que cada vez haya más gente interesada en conocer lo que ocurre en el país, en seguir las noticias, en mantenerse enterada y en forjarse una opinión. Festejo que haya activismo político, gente valiente que acude a las marchas y no tiene miedo de defender sus ideales. Aplaudo la insistencia, la tenacidad con la cual se exige una respuesta contundente y veraz de parte de la autoridad y no se aceptan salidas al vapor, o expresiones exasperantes como el "Ya me cansé" de Jesús Murillo Karam.

Pero (y atención, que es un pero muy grande) preocupa que esta nueva sociedad (supuestamente crítica, despierta y activa) marcha y se manifiesta sin una propuesta clara, sin una solución contundente. Marcha por marchar, sedienta de cambio, pero exigiendo el cambio a quienes menos incentivos tienen para llevarlo a cabo: los mismos políticos.

Denise Dresser escribe en su libro "El País de Uno" que el mexicano promedio no se siente dueño del país, sino arrendatario. Coincido. Al mexicano le ha entrado en la cabeza que el país es de los poderosos, de los políticos y empresarios coludidos que se reparten el pastel y dejan migajas. Ha aprendido a vivir de las migajas, a hacerse pequeño, a vivir indiferente. No sólo porque así ha sido desde siempre, sino porque es cómodo. La mentalidad es que, de alguna manera, los políticos y empresarios nos siguen necesitando para vivir como dueños del país, así que jamás nos darán el golpe de gracia. Es más, nos lloverán las migajas, las dádivas, los subsidios. Fingirán que trabajan para nosotros. Seguros a la sombra del gobierno, vivos de lo que el gobierno nos conceda. Sobreviviremos.

¿Realmente queremos cambiar la situación? ¿Ya no queremos depender del gigante de rojo? ¿Entonces por qué se lo pedimos al gigante de azul o de amarillo? ¿Por qué mendigamos cambio? ¿O es sencillamente que nos han apretado demasiado, pero nos basta con que suelten un poquito las pinzas, con que vuelvan las calles medianamente seguras y una economía medianamente estable? ¿Acaso nos basta con volver a la mediocridad?

Si es así ¿Por qué? ¿Por qué esa falta de autoestima, esa indiferencia? Si no es así ¿Por qué nos dejamos engañar por gatopardos, que cambian todo para que todo siga igual? ¿Por qué creemos que sacar a Peña y traer a otro resolverá el problema?

¿Qué queremos, México? ¿Tenemos la voluntad de construirlo con nuestras propias manos? ¿O nos pesa tanto la responsabilidad, el timón de nuestro propio destino, que estamos dispuestos a dejárselos a los de siempre, a seguir viviendo de migajas?