Esta semana corrió como pólvora
la historia de Adán Cortés, un joven mexicano estudiante de Relaciones Internacionales en la UNAM al que se le hizo fácil interrumpir la ceremonia de entrega del
Premio Nobel de la Paz, en Noruega. Concretamente, al momento en que hacían
entrega del galardón a Malala Yousafzai, la persona más joven jamás reconocida
con este honor, entró a escena nuestro compatriota portando una bandera
mexicana manchada con tinte rojo.
"Please, Malala... México"
le imploró a la pakistaní. Poco más pudo hacer. En apenas instantes los
responsables de la seguridad del evento lo detuvieron y sacaron del recinto.
Las reacciones no se hicieron
esperar. Aquí en México muchos le reconocen su arrojo y algunos incluso le
llaman héroe. Varios lo comparan con cierta figura de la historia mexicana que
también tenía el vicio de arrojarse con nuestro blasón tricolor: Juan Escutia.
Yo también les encuentro cierto parecido, pero por otras razones.
Igual que el cadete Escutia, por
ejemplo, el gesto careció de cualquier impacto. El soldado se arrojó para
evitar que la bandera cayera en manos enemigas y de cualquier modo el lienzo se
encuentra ahora en exhibición como trofeo de guerra en la Academia Militar de
West Pont, en los EE.UU. Adán ha admitido públicamente que lo hizo para que se
siguiera hablando de Ayotzinapa y se le diera atención internacional. Triste
destino, un recorrido el día de hoy por los portales de los principales diarios
del mundo deja claro que la nota apenas trascendió. Ni Le Monde, ni CNN (la
edición norteamericana) le dedican un espacio a su actuación, al menos no en
sus primeras planas de "Internacional" y la nota de El País hay que
buscarla con atención; si no se puede pasar de largo.
También ambos actos están faltos de
significado. El del cadete porque ver caer un cuerpo envuelto en la bandera
desde lo alto de Chapultepec se entiende más, tanto por los connacionales como
por los invasores, como un intento desesperado y cobarde de escapar de una
batalla perdida, que como el acto arrebatado y heroico de un patriota. El del
estudiante, porque si el objetivo era conseguir apoyo internacional, o algún
tipo de presión extranjera al gobierno de Peña Nieto, falla miserablemente.
Las relaciones internacionales
son tema delicado. Baste recordar el desafortunado comentario del presidente
uruguayo José Mujica sobre México y el estado fallido para hacernos una idea de
con que tiento debe tratarse cualquier asunto. Incluso Estados Unidos, que
tiene fama de metomentodo, ha sido mesurado con sus declaraciones y la mayoría
han sido ofreciendo apoyo y recursos al gobierno de Peña, no intentando
desestabilizarlo.
Lo de Adán es un tema que los
comunicólogos podrán debatir largo y tendido, pues su mensaje no solo equivoca
de receptor (Malala, debo suponer, poco o nada sabe de la situación mexicana y
puede hacer aún menos al respecto), sino que también está falto de contenido.
Es un mensaje escueto, inconexo, que no refleja intención alguna. "Por
favor, Malala... México" es un discurso no pensado, inspirado por la
emoción del momento y un pobre sentimentalismo. Es ruido que no aporta nada y
así no se puede debatir ni buscar ayuda.
Adán sirve como ejemplo de lo que
ya mencionábamos en la entrada anterior. La protesta por protestar, la protesta
a medias, la protesta por el espectáculo. Una verdadera transformación, un
cambio profundo que nos impulse, no podemos esperarlo (ni pedirlo) de fuera;
vendrá sólo cuando nos decidamos a tomar responsabilidad individual, cada uno
en lo que nos toca y dejemos de estar pidiendo migajas a las potencias,
nacionales o extranjeras.
Apostilla: Adán Cortés, se supo
después, había pedido asilo político a las autoridades de Noruega. La solicitud
le fue negada por supuesto, pues hasta donde sabemos, nadie tiene el mayor
interés en hacerle ningún daño.
Lo que no deja de ser divertido,
o por lo menos curioso, es que su carta de presentación con el gobierno nórdico
fue una violación a su legislación interna. Acción que ya le costó dos mil
dólares de multa por la alteración del orden y la comparecencia ante un
tribunal de Oslo, pues la policía pide prisión preventiva.
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