martes, 9 de diciembre de 2014

¿Realmente queremos un cambio?

La desaparición forzada de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural "Raúl Isidro Burgos" hace poco más de un par de meses pudiera parecer el principio de ese cambio que todos queremos para México. Al grito de #TodosSomosAyotzinapa parece haber despertado una nueva sociedad, organizada, responsable y exigente con sus gobernantes; una sociedad que ya no esté dispuesta a tolerar más abusos y que, inspirada por el sentimiento democrático, será la piedra angular de una nación nueva, primermundista y progresiva.

Yo no estoy tan seguro.

Celebro que cada vez haya más gente interesada en conocer lo que ocurre en el país, en seguir las noticias, en mantenerse enterada y en forjarse una opinión. Festejo que haya activismo político, gente valiente que acude a las marchas y no tiene miedo de defender sus ideales. Aplaudo la insistencia, la tenacidad con la cual se exige una respuesta contundente y veraz de parte de la autoridad y no se aceptan salidas al vapor, o expresiones exasperantes como el "Ya me cansé" de Jesús Murillo Karam.

Pero (y atención, que es un pero muy grande) preocupa que esta nueva sociedad (supuestamente crítica, despierta y activa) marcha y se manifiesta sin una propuesta clara, sin una solución contundente. Marcha por marchar, sedienta de cambio, pero exigiendo el cambio a quienes menos incentivos tienen para llevarlo a cabo: los mismos políticos.

Denise Dresser escribe en su libro "El País de Uno" que el mexicano promedio no se siente dueño del país, sino arrendatario. Coincido. Al mexicano le ha entrado en la cabeza que el país es de los poderosos, de los políticos y empresarios coludidos que se reparten el pastel y dejan migajas. Ha aprendido a vivir de las migajas, a hacerse pequeño, a vivir indiferente. No sólo porque así ha sido desde siempre, sino porque es cómodo. La mentalidad es que, de alguna manera, los políticos y empresarios nos siguen necesitando para vivir como dueños del país, así que jamás nos darán el golpe de gracia. Es más, nos lloverán las migajas, las dádivas, los subsidios. Fingirán que trabajan para nosotros. Seguros a la sombra del gobierno, vivos de lo que el gobierno nos conceda. Sobreviviremos.

¿Realmente queremos cambiar la situación? ¿Ya no queremos depender del gigante de rojo? ¿Entonces por qué se lo pedimos al gigante de azul o de amarillo? ¿Por qué mendigamos cambio? ¿O es sencillamente que nos han apretado demasiado, pero nos basta con que suelten un poquito las pinzas, con que vuelvan las calles medianamente seguras y una economía medianamente estable? ¿Acaso nos basta con volver a la mediocridad?

Si es así ¿Por qué? ¿Por qué esa falta de autoestima, esa indiferencia? Si no es así ¿Por qué nos dejamos engañar por gatopardos, que cambian todo para que todo siga igual? ¿Por qué creemos que sacar a Peña y traer a otro resolverá el problema?

¿Qué queremos, México? ¿Tenemos la voluntad de construirlo con nuestras propias manos? ¿O nos pesa tanto la responsabilidad, el timón de nuestro propio destino, que estamos dispuestos a dejárselos a los de siempre, a seguir viviendo de migajas?

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