En México no escasean las frases políticas desafortunadas; esas que, de no ser porque exudan cinismo, levantan ámpula y generan coraje, podríamos considerarlas hasta divertidas. Desde Javier Duarte comparando el crimen en Veracruz con “el robo de un frutsi y unos gansitos”, hasta el “Ya me cansé” de Murillo Karam en la conferencia de prensa de un tema que todavía hoy es delicado; son tantas las veces que nuestras figuras públicas han dicho una burrada que una recopilación podría encuadernarse en un volúmen de considerable tamaño. Hasta hace unos años nuestro máximo exponente era el expresidente Vicente Fox, al que su manera coloquial de hablar le valió en buena parte llegar a la presidencia y luego se las cobró todas durante su sexenio. Sin embargo, hoy por hoy le hace fuerte competencia (y a veces pareciera que intencionalmente) nuestro actual presidente: Enrique Peña Nieto.
“Este tema que tanto lacera, el tema de la corrupción, está en todos los órdenes de la sociedad y en todos los ámbitos. No hay nadie que pueda aventar la primera piedra.” soltó el titular del poder ejecutivo, en el punto álgido de un discurso con motivo de la Semana Nacional de la Transparencia.
Hace dos semanas platicamos sobre el equipo de asesores de Peña. Yo no sé quién en ese grupo le escribirá los discursos o por qué le siguen permitiendo improvisar cuando se sabe de sobra que eso de pensar sobre la marcha al mandatario se le complica. El caso es que, en sus labios, la frase sonó desafiante “Ni se atrevan a criticar, la Casa Blanca, Grupo Higa, la casa de mi compadre Videgaray, la tesis, Oceanografía... porque ustedes están igual”. El niño agarrando a palos el avispero, por más que se le ha dicho que no lo haga.
Señor Presidente, en México habemos millones de personas que podríamos, con toda la autoridad moral, lanzar una andanada lapidaria contra su administración. Imagino que estar rodeado de corruptela le parece natural, pero por favor no crea que todos estamos cortados con la misma tijera.
Sepa que la mayoría de los actos de corrupción en el país, así como los de mayor alcance por las personalidades y las estratosféricas cifras involucradas, provienen de su administración y del aparato gubernamental que usted dirige. Para muestra, permítame recordarle como a principios de julio sorprendieron a Arturo Escobar, senador del Partido Verde en el aeropuerto internacional de Chiapas con una maleta y más de un millón de pesos en efectivo que nunca pudo explicar (y vaya que se hizo bolas en el intento).
Pero no sólo en la gran escala es su gobierno fuente de corrupción. La corrupción hormiga, promovida por burocracias inefectivas e ineficientes, esa que vuelve casi imposible levantar un negocio a la derecha en México, también depende de usted y de la legislación vigente. El policía mordelón, el coyote enfrente de las dependencias gubernamentales, el endeudamiento que luego misteriosamente desaparece en los estados, todo supura de un sólo sitio, señor Presidente.
La frase, si es que era absolutamente indispensable decirla, no debía ser en tono de reproche, sino de contrición. Y, lejos de ello, usted nos regaló hipocresía. Presumió en su discurso la conformación de instituciones para combatir la corrupción, los esfuerzos del gobierno por abatirla, pero entre las áreas más castigadas por el recorte presupuestal está la Secretaría de la Función Pública (responsable de auditarlo) y expertos señalan que el presupuesto asignado al Sistema Nacional Anticorrupción es insuficiente para echarlo a andar. Le recomiendo que lo revise, señor Presidente. Sería terrible imaginar que semejante sistema, con una legislación de vanguardia en el mundo, según presumió en su discurso, perdiera la partida antes de empezar, por culpa precisamente del rival que vino a combatir.
No tiene remedio...
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