Como parte del programa del MBA del ITESO, este semestre estoy cursando una materia que lleva por título “Economía, Industria y Estrategia” y hace algunas semanas, en la tercera sesión del curso, trajeron como profesor invitado a Sergio Negrete; doctor y maestro en economía por la Universidad de Essex, con experiencia laboral en el Fondo Monetario Internacional y como académico en Oxford.
Su ponencia, “La Importancia del Desarrollo Económico” fue un viaje de tres horas para tratar de explicar el complejo entramado de relaciones causa-efecto que detonan el crecimiento (o las crisis) en un país determinado y que ha marcado enormes diferencias entre las llamadas potencias y las economías emergentes.
Para concluir la charla, el Dr. Negrete citó a Robert Solow (Premio Nobel, 1987):
“...Da la impresión de que es bastante fácil incrementar el crecimiento en el largo plazo. Sólo reduce los impuestos al capital aquí, o elimina una regulación ineficiente allá y la recompensa es un fabuloso y eterno crecimiento [...] Pero en la realidad es muy difícil conseguirlo, y cuando sucede [...] la razón puede permanecer un misterio incluso analizando el caso en retrospectiva”
Robert M. Solow |
Me pareció una declaración muy humilde, viniendo de un Nobel de Economía, de un hombre que ha dedicado toda su vida a estudiar y tratar de entender la materia. Pero luego me quedé pensando que es exactamente el tipo de respuesta que debería dar una mente científica, una mente que entiende que el camino andado y los méritos acumulados no significan, en el gran esquema de las cosas, más que el punto de partida para las próximas generaciones. Es la respuesta de una mente ansiosa por seguir adelante y descubrir qué hay más allá de lo que se ha descubierto.
Días más tarde navegando por mis redes sociales, me encontré con una imagen que presentaba dos planos terrestres exactamente iguales, con algunos países de Norteamérica y el norte y occidente de Europa marcados con un color distinto. Encima de uno de los mapas se leía “Países con mayor desarrollo económico”, encima del otro “Países con población mayormente atea/agnóstica”. La imagen implicaba que había una correlación directa con el número de personas ateas/agnósticas y el progreso económico.
No sólo la tesis presentada es un absurdo de descomunales proporciones (la ciencia económica menciona primero a la circunstancia geográfica y climática de un país como factor para su desarrollo, antes que a las creencias religiosas de sus habitantes) sino que la información presentada como evidencia es falsa: católicos y protestantes, constituyen más del 60% de la población en Estados Unidos; fieles de diferentes variantes del catolicismo son mayoría en el Reino Unido y en Francia, las cifras más conservadoras señalan que hay más o menos el mismo número de cristianos que de ateos.
El contraste entre la actitud categórica de quien compartió la imagen (aunque evidentemente no verificó los datos) y la actitud humilde del Premio Nobel (que tenía la experiencia de toda una vida como respaldo) me hizo muy evidente otro factor que nos mantiene rezagados como país. Somos sorprendentemente dogmáticos.
Tenemos la tendencia a casarnos con una opinión o postura que nos conviene y luego acomodar la evidencia para apoyar nuestra posición, a veces ignorando realidades duras. Por ejemplo, el discurso de los organizadores de la marcha por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, es que los normalistas son mártires del estado. Eligen ignorar que dichos personajes, supuestos estudiantes, fueron detenidos en un camión secuestrado en trayecto a una manifestación que en nada les atañía.
Casados con una verdad dogmática, cualquier intento por cuestionar se convierte en un ataque personal. Si no estás conmigo, estás contra mí; eres un Peñabot-Pejezombi vendido al sistema y no mereces ni mi tiempo.
Quizá tenemos miedo de aceptar la realidad como es, con sus complejidades y sus matices. Pero es necesario, porque a través de esa apertura logramos romper los paradigmas en los diferentes ámbitos de nuestras vidas que detonamos el progreso de la civilización, la cooperación, la empatía.
Ojalá en México pudiéramos dejar de lado nuestros dogmas intelectuales, nuestras ideas monolíticas e inflexibles, y procuráramos ser un poco más moldeables, con esa apertura de mente que todo mundo exige pero nadie parece dispuesto a ofrecer.
Ojalá en México pudiéramos dejar de lado nuestros dogmas intelectuales, nuestras ideas monolíticas e inflexibles, y procuráramos ser un poco más moldeables, con esa apertura de mente que todo mundo exige pero nadie parece dispuesto a ofrecer.
Muy interesante y cierto...
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