En mi primera entrada “post-electoral” quiero empezar felicitando y agradeciendo al más de millón y medio de mexicanos que, dándonos ejemplo de civismo y responsabilidad democrática, fungieron como funcionarios de casilla el pasado primero de julio, así como a todos aquellos que salieron de sus casas para ejercer su derecho al voto. Cuando veo las imágenes de ciudadanos libres y comprometidos que, desde las regiones más remotas del país, hacen esfuerzos enormes para atravesar lo intransitable y entregar los paquetes electorales de sus comunidades, me queda claro que mi país entiende la importancia de vivir en democracia y comparte la emoción de, entre todos, elegir su rumbo. Esa parte de la tarea está hecha, creo, y eso me llena de esperanza.
Habiendo dicho eso, toca la espinosa tarea de hablar del resultado y de nuestro virtual presidente electo: Andrés Manuel López Obrador.
Tengo sentimientos encontrados al respecto a los resultados del domingo.
Por un lado, me encuentro con la agradable posibilidad de un PES que pierde su registro, de un PRI disminuído en ambas cámaras y subrepresentado, de más mujeres en el Senado, y de la despenalización de la siembra, trasiego y uso lúdico de la marihuana como primer propuesta de la próxima secretaria de gobernación, Olga Sánchez Cordero.
Por el otro, veo que el presidente y su coalición tienen mayoría absoluta en ambas cámaras y buena parte de los congresos locales (darle el poder absoluto a quien sea nunca es motivo de celebración), que se instalarán en San Lázaro 52 diputados de un partido de ultra-derecha como el PES, que personajes como Cuahutemoc Blanco o Sergio Meyer tendrán cargos que no merecen y para los que no están en absoluto preparados, que aquí en Jalisco dejamos fuera del Senado a Kumamoto por meter a Maria Antonia Cárdenas, técnica en taquimecanografía que como diputada plurinominal de Morena jamás presentó una sola iniciativa de ley.
Y en el centro de todos estos sentimientos está el mismo Andrés Manuel. Las dudas que me generaba antes de la elección siguen ahí y siguen válidas. Mucha de su política es un absoluto misterio, porque jamás se decantó por nada en su intento de apelar a la mayor cantidad de personas posibles (ahí está su alianza con el PES, el aeropuerto de la ciudad de México o la Reforma Energética). Su personalidad caudillista, aunada a la avasalladora victoria en el legislativo, pudiera poner en riesgo el México de instituciones que mucho trabajo ha dado ir construyendo y que es todavía obra inacabada y vulnerable. Además por mi convicción política y económica, me parece que su visión de izquierda le hace daño al país.
¿Qué le toca, pues a este espacio de opinión y qué nos toca como ciudadanos, tengamos o no simpatía por Andrés Manuel?
Primero que nada, asumir el resultado y conceder la victoria sin regatear nada. Somos demócratas, habló la mayoría y eso tiene que respetarse. El proceso que ahora entrona a López fue idéntico al que lo dejó fuera las dos veces anteriores. Seamos congruentes pues y demos cátedra de vida en democracia. Es, si se le quiere ver así, cachetada de guante blanco: legitimizar esta elección es legitimizar las otras dos.
En segunda instancia vigilar y exigir. Alzar la voz cuando nos parezca que el actuar del nuevo presidente traiciona los derechos básicos a la vida, a la libertad y a la propiedad privada. Educarnos y educar a los que nos rodean para construir una ciudadanía que vaya más allá de cruzaboletas cada seis años, sino que participe y se involucre todos los días.
A 12 años de hostilidad política, de insultos, de descalificaciones de Andrés Manuel, el México que no lo eligió le responderá con clase y sin regatearles nada, pero también sin hacer concesiones.
López hizo muchas propuestas que no suenan mal y que por su vaguedad son ampliamente interpretables. ¿A quién no le gustaría que desapareciera la corrupción, por ejemplo? ¿O el ahorro de 500 mil millones de pesos anuales? ¿O la eliminación del fuero y los diputados plurinominales? Tiene seis años, la mayoría en las cámaras, cero excusas y una expectativa creada enorme que no dejaremos que olvide.
Exijamos sin miedo, burlémonos del poder si hace falta con ese humor tan característico que el mexicano usa para señalar y quitarle el filo a sus desgracias. Y si alguien reclama, recuérdeles que durante seis años reventamos a Peña y a los suyos y que, sin afán de resentimiento ni revancha, se le exige más al que puede más.
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