Desde sus comienzos, allá por diciembre de 2014, este espacio ha defendido el rol estratégico crítico que juegan las empresas privadas en el desarrollo del país. Su influencia no sólo se siente en el aspecto económico (en la generación de empleo, riqueza, productos y servicios, así como sus contribuciones tributarias) sino también en el social (menor criminalidad, preparación profesional y capacitación a los colaboradores, así como la oportunidad de realizarse) y hasta tecnológico (la competencia obliga a la mejora constante de procesos y, productos).
Sin importar lo que diga el discurso político o lo que un eslogan sexenal nos quiera vender (¡saludos a Peña y a su “Mover a México”!) el motor de una nación es su iniciativa privada.
Por eso, dedicamos la columna de esta semana al Instituto Nacional del Emprendedor (INADEM), que apenas el jueves pasado recibió su sentencia de muerte a manos del Senado; 57 votos a favor y 44 en contra.
El INADEM fue creado el sexenio pasado, como evolución natural a los programas de apoyo a las PyMEs que venían desde Fox (por aquel entonces la estrategia era institucionalizar y fortalecer lo que funcionaba y no hacer justo lo contrario, como en la presente administración). El rediseño incluyó la posibilidad de crear fondos de inversión, fomentar empresas de alto impacto y trabajar en conjunto con incubadoras y aceleradoras de empresas. También funcionaba como garante de empresas que juzgaba con potencial para que pudieran conseguir créditos de la banca tradicional con mejores condiciones.
El ambicioso proyecto tuvo sus problemas, pero trabajó año con año para resolverlos e incluso fue elogiado y apoyado por instituciones internacionales como la OCDE y el Banco Mundial. Con él, el ecosistema emprendedor en México se transformó.
Hoy MORENA sentencia a muerte a una institución más que, sin ser perfecta, contribuía a tener un país más próspero. Los argumentos son los mismos de siempre: una supuesta corrupción rampante dentro del instituto (que no han podido demostrar) y la necesidad de cortar intermediarios para “ahorrar”, prefiriendo dar apoyos directamente.
Tres mil millones de pesos en microcréditos, anuncian. No solo la cifra se queda muy, muy corta comparada con el presupuesto que ofrecía el fallecido instituto; sino que el modo en que se pretende distribuir (microcrédito) revela el paupérrimo entendimiento que tiene el nuevo gobierno de las necesidades de un emprendedor y las adversidades que enfrenta. Se vuelve, además, sumamente complicado hacer la auditoria y ejercer transparencia en el uso de los recursos entregados si falta, precisamente, un instituto encargado que rinda cuentas. No hay garantías de que la supuesta corrupción desaparezca sólo porque la Secretaría de Economía ha absorbido las funciones del INADEM
Así las cosas, querido lector. Un país en donde no hay competencia ni nuevos emprendimientos disruptivos es un país en donde las grandes corporaciones tienen más oportunidad de desarrollar mono u oligopolios, donde la calidad del producto o servicio ofrecido disminuye y donde (trágicamente) el campo para la corrupción es más fértil. A falta de apoyo gubernamental, tocará a la red empresarial y a la sociedad civil nutrir y fortalecer el ambiente emprendedor en México. Porque no podemos dejar de hacerlo, porque sería un paso hacia atrás monumental y porque no merecemos las terribles consecuencias que traería detener toda iniciativa emprendedora en el país. ¡Larga vida a la libre empresa!
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