El domingo pasado, en medio del miedo por la pandemia y con el país amenazado por sus inevitables consecuencias económicas, Andrés Manuel López Obrador anunció su “Plan Económico” para enfrentar la crisis. Fue decepcionante y al mismo tiempo, creo, esperanzador.
Me explico:
Nunca tuve puestas muchas esperanzas en el discurso del domingo. López asumió el cargo de presidente hace casi quinientos días y no ha podido cambiar su chip interno de su configuración de candidato a la de gobernante. Cree que el poder se ejerce desde el templete y la plaza pública, que se puede construir gobierno con saliva y, a pesar de ser el presidente con más poder en décadas (ambas cámaras, amplio apoyo popular, las figuras de los “superdelegados” en los estados) sigue acusando intervención y juego sucio por parte de grupos mal definidos, viles espantapájaros. Con ese antecedente y su comprobado historial de empecinamiento absurdo en ideas a todas luces ineficientes y arcaicas, veía muy, muy poco probable que tuviera la flexibilidad mental para hacer el cambio ágil y adaptarse a las nuevas circunstancias con medidas sensatas. Se iba a morir con la suya.
Y efectivamente. La receta del presidente (es un decir, porque no preside nada) para combatir una de las crisis mundiales más graves desde la Segunda Guerra Mundial es… seguir haciendo lo que veníamos haciendo, aferrarse a su proyecto de nación sin flexibilidad alguna. Seguiremos metiéndole dinero bueno al malo tratando de salvar PEMEX (que el año pasado perdió 346 mil millones de pesos), seguiremos construyendo elefantes blancos en Santa Lucía, dos Bocas y la península yucateca, seguiremos financiando programas clientelares. ¡Ah! Y como prometer no empobrece, se comprometió a generar dos millones de empleos en nueve meses (para contextualizar, en todo 2019 se crearon 342 mil puestos de trabajo, según el IMSS y en un mes de pandemia se han perdido 346 mil).
Del detalle en el manejo de la parte médica de la crisis ya mejor ni hablar. Baste decir que el 39% de los ventiladores mecánicos, que el Gobierno federal comprará para atender a los pacientes graves de Covid-19, llegarán hasta septiembre; es decir, al final de la pandemia, según las estimaciones de la Secretaría de Salud. Pero eso sí “estábamos preparados desde hace tres meses”
Estamos solos. Es evidentísimo que desde las instancias federales no llegará ni debemos esperar ni apoyo ni dirección alguna. Es decepcionante no tener un personaje que presida y que sólo gaste aliento inútilmente, pero también es esperanzador pensar que quizá ahora que hay un hueco tan importante de poder, es la sociedad misma la que puede moverse y ocuparlo. Para ello, es imperativo dejar de mirar el hueco y preguntarnos quién puede llenarlo, dejar de esperar que la élite política produzca al nuevo caudillo, sino voltearnos a ver entre nosotros y ver qué podemos hacer por el que tenemos al lado y en lo local.
En este espacio no nos hemos cansado de resaltar el poder del individuo por encima del gubernamental. Y pongo como ejemplo esta misma pandemia. Para muchos, las medidas de contención y prevención arrancaron mucho antes de que cualquier autoridad decretara cosa alguna. Para muchos, el apoyo que les permitirá salir adelante no llegó por algún programa social, sino por el vecino con el que comparte la acera desde hace 20 años y con quien tiene muy buena relación. Quienes conserven sus empleos, lo harán no porque el gobierno haya puesto en marcha un ambicioso plan de rescate económico, sino porque junto con su patrón, habrán hecho hasta lo imposible por garantizar que juntos sobrevivan la tormenta.
Para poder usar este poder del individuo eficazmente, el primer paso es voltear a vernos y encontrarnos como iguales. Ricos, pobres, clase media, patrones, obreros, autoempleados, emprendedores, hombres, mujeres; finalmente todos somos seres humanos que tenemos que ponernos de acuerdo y jalar parejo y procurar unos por otros para salir adelante. ¿Quiere saber cómo lo sé? Porque la clase política insiste en dividir. Insiste en que haya un bueno, un malo y ellos como figura central para defender al primero del segundo. Urge romperles el esquema.
Así que, estamos solos. La pelota está en nuestra cancha. Usted dígame ¿ahora qué?
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