La lógica interna detrás de la decisión de la rifa del avión debería pasar a la historia y ser escrutinizada con detalle por generaciones venideras para evitar que un despropósito así y las condiciones que le dieron vida, puedan jamás repetirse.
El objetivo original del gobierno, según se planteo, era deshacerse de un avión caro de adquirir y mantener. Ante la incapacidad (o ineptitud) para lisa y llanamente venderlo (aunque el mismo presidente haya dicho varias veces que tiene ofertas sobre la mesa e incluso un adelanto para su compra, estas nomas no se materializan) el tartufo que despacha en Palacio Nacional sugirió entonces rifarlo. Semejante despropósito pronto acarreo obvios cuestionamientos: Y si te lo ganas ¿qué? No es como que el mexicano promedio tenga un hangar de por lo menos sesenta metros de largo junto a su jacalito para meter el aeroplano, y tampoco es común que pueda permitirse sus costos de mantenimiento.
Tras semejante encontronazo con la realidad, el presidente reculó. Que siempre no se rifaba el avión per se, si no el valor del mismo en efectivo. Ninguno de los iluminados miembros de este H. gobierno advirtió que entonces la rifa no resolvía el problema originalmente propuesto: El avión permanecería en los hangares gubernamentales y seguiría recibiendo mantenimiento a costa del erario. Este era el momento en el que debieron haberse detenido a reflexionar, pero en lugar de eso decidieron seguir adelante con el entusiasmo propio de quien voluntariamente decide ignorar lo evidente.
Dándose de palmadas en la espalda por la brillante idea, ofertaron seis millones de cachitos a $500 pesos cada uno. Avanzamos un poco en la trama hasta el día de antier, en que el presidente salió a decir con orgullo que “llegamos a la meta” y se vendieron el 70% de los boletos ofertados. ¿Será? La cifra es engañosísima.
Tres millones de cachitos fueron acomodados en una cena de gala que ofreció el presidente a casi un centenar de empresarios en Palacio Nacional, en una reedición moderna y mal hecha del tradicional “pase de charola” priista. El mismo gobierno tuvo luego que desembolsar 500 millones de pesos en otro millón de cachitos, quesque para ser distribuidos en los casi mil hospitales Covid que hay en el país. (Aquí tengo que preguntarle, si usted fuera el director de alguno de estos hospitales ¿Qué preferiría? ¿Una oportunidad entre seis mil de llevarse 20 millones de pesos? ¿O que se repartieran los quinientos millones de pesos de manera estratégica según las necesidades reales de los nosocomios?)
Entonces, tres millones de cachitos vendidos a empresarios, otro millón adquirido por el gobierno. Eso significa que, con números alegres, de los 4,700,000 cachitos vendidos (redondeando) sólo 700,000 fueron adquiridos por mexicanos de a pie como usted y yo. Es un error de cálculo de casi un orden de magnitud, de ese tamaño la incompetencia.
¿Y mientras tanto? Nada, el avión sigue estacionado en el hangar, los hospitales siguen faltos de recursos, el COVID sigue rampante, la inseguridad sigue desbordada. Aquí no ha cambiado nada y la mentada rifa duele por su irrelevancia.
En el mejor de los casos, se trató de un intento más de distracción en este circo de tres pistas que dirigen (es un decir) desde Palacio Nacional. En el peor, un juego macabro de “¿Dónde quedó la bolita?” con una lana que en lugar de aplicarse con visión de estado en intentar resolver los múltiples problemas del país, se embolsó alguien en algún lado del complejo y tortuoso proceso
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Tu opinión es muy importante ¡Súmate al debate y déjanos un comentario!