El Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (nombre por demás pomposo para una pista de aterrizaje y algunas puertas de embarque en medio de la nada, y cuyo único vuelo internacional es una vez por quincena) está urgido de una línea de salvamento y oxígeno suplementario a poco menos de dos meses de su inauguración. No se esperaba otra cosa. Se le dijo hasta el cansancio al presidente que la ubicación, la incompleta infraestructura y la dificultad de maniobrar en su espacio aéreo hacían imposible la viabilidad técnica de su capricho. Pero el ejecutivo insistió; y con un proyecto incapaz de alcanzar las cotas técnicas mínimas, recurrió a destruir todo lo construido en materia de seguridad aeronáutica y capacidad logística para que su capricho pareciera digno.
Comenzó con el austericidio del del Servicio a la Navegación en el Espacio Aéreo Mexicano (SENEAM) al que las medidas de austeridad impactaron desde 2018. Una reducción generalizada de los salarios de los controladores aéreos resultó en una fuga importante de capital humano y conocimiento técnico. Controladores con menos experiencia en áreas de tráfico denso y con condiciones climatológicas retadoras para los pilotos por la altura al nivel del mar. ¿Qué podría salir mal?
De hecho, la Administración Federal de Aviación (FAA, por sus siglas en inglés) detectó esta degradación evidente del servicio y determinó, hace un año, que el gobierno mexicano incumplía con los protocolos de seguridad en la materia establecidos por la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI). Degradó a SENEAM a nivel dos, entre otras cosas, prohibiendo la apertura de nuevas rutas a los Estados Unidos.
Uno pensaría que en vísperas de abrir un nuevo aeropuerto internacional, estar imposibilitado de abrir nuevas rutas al principal destino allende fronteras sería una prioridad del gobierno mexicano y que haría hasta lo imposible por recuperar la categoría. En lugar de eso, se rediseñó el espacio aéreo de la Ciudad de México para dar cabida al capricho presidencial, con un equipo de trabajo mermado técnicamente y sin la financiación adecuada. Como resultado, ha habido en los últimos dos meses más situaciones de riesgo y maniobras peligrosas en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México que en todo lo que llevábamos el resto del sexenio.
Para muestra, la Federación Internacional de Pilotos de Líneas Aéreas (IFALPA, por sus siglas en inglés) ha alertado a los pilotos que sobrevuelan el país sobre “algunos incidentes de aeronaves que llegan al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México”, pidiendo que, ante la poca capacitación de los controladores aéreos en la Ciudad de México, los pilotos deben resolver a su criterio las indicaciones que consideren “cuestionables” desde la Torre de Control. Gravísimo asunto.
Ojo al dato, también, que no se trata de un asunto del número de operaciones. Antes de la pandemia había más que ahora y el AICM, con sus asegunes, funcionaba bien y no presentaba estos casi-accidentes con esta regularidad. Es, 100% consecuencia de todo lo anterior, que a su vez se desprende del capricho presidencial.
Pero el presidente no recula, y en lugar de corregir el evidente curso de colisión, mediante amenazas y decretazos pretende reducir las operaciones del AICM, forzar a aerolíneas, vuelos charter y de carga a operar desde un aeropuerto que a duras penas puede llamarse así (las aeronaves no pueden ni repostar) y pretende que le aplaudan la magna obra. ¡No pos sí!
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