Cada que hay elecciones en Estados Unidos, aprecio más nuestras instituciones electorales y el sistema que hemos instalado para hacer funcionar nuestra democracia. Han pasado aproximadamente veinticuatro horas desde el cierre de las casillas y en nuestro vecino país del norte aún hay conteos pendientes y batallas disputándose en Nevada y Arizona; y la sospecha (casi certeza) de que Georgia requerirá una segunda vuelta. El país sigue conteniendo la respiración.
En contraste, México con regularidad conoce los resultados de sus procesos electorales la noche misma del día que estos ocurren. Si se trata de una elección muy reñida, puede que tengamos que esperar hasta la una o dos de la mañana. ¡Ah! Y tenemos la enorme ventaja de que somos los mismos ciudadanos, con nombre y rostro, los que hacemos el conteo, no desconocidos funcionarios ni máquinas misteriosas
Y así llegamos al quid de la cuestión. Con la discusión de una posible reforma electoral haciendo ruido de este lado del Río Bravo y el último insulto al Instituto Nacional Electoral con un recorte de cuatro mil 475 MDP; me pareció prudente aprovechar la coyuntura para tocar un tema que es fetiche para muchos analistas y políticos:
A Estados Unidos tradicionalmente se le señala como el epítome de las democracias occidentales y se busca legitimar la propia haciéndosele parecerse a esta. En ese tenor se ha soltado la idea de replicar en nuestro país el voto electrónico, a través de maquinitas, que nuestro vecino del norte emplea.
No sé cómo es que a alguien que haya vivido o le hayan platicado de lo ocurrido en el 88 pueda apoyar la idea, sobretodo cuando el señor Bartlett, entonces Secretario de Gobernación sigue tan cercano al poder y merodeando tras bambalinas en el circo de esta administración.
El voto electrónico es, por su naturaleza misma, mucho más vulnerable a alteración y/o funcionamiento defectuoso. La entrada en Wikipedia sobre el “Electronic voting in the United States” presenta una larga lista de errores e inconsistencias que han ocurrido a lo largo de su historia. La más reciente ayer mismo, cuando el condado de Mercer en New Jersey anunció que todas sus máquinas habían dejado de funcionar. Las máquinas se han averiado también en distintos condados de Texas y Arizona y el procedimiento ha sido objeto de impugnación en Pensilvania.
Porque esa es la otra, el conteo de una máquina es mucho más fácilmente desacreditado que el realizado por un colectivo ciudadano, en donde cada participante puede dar fe de lo que ha ocurrido el día de la elección en su casilla concreta.
Estados Unidos no está exento de discursos incendiarios contra su sistema electoral y ocurre desde ambos bandos. Desde Trump, que alegó fraude en la elección de 2020, hasta el artículo de Político, que para fines prácticos dice que “Las elecciones de 2020 fueron completamente imposibles de hackear y hemos refutado cualquiera de sus intentos de decir lo contrario. Pero, existen riesgos reales de que los piratas informáticos puedan acceder a los equipos de votación y otra infraestructura electoral para tratar de socavar la votación de ESTA elección”. No piense demasiado en la incongruencia, le aseguro que ellos (Político) no lo hicieron.
Así que no, no quiero el voto electrónico en México. No me parece que sea el prometido salto hacia adelante en la vida democrática del país. Sobre todo cuando, desde la CFE, la presente administración podría cortar el suministro eléctrico en distritos clave durante tres o cuatro horas el día de la elección… ¿Y quién podría acusarlos de actuar con dolo?
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