miércoles, 9 de septiembre de 2015

e-Activismo

Fue necesaria una fotografía (durísima, por cierto) para que el mundo se percatara de que existe un país llamado Siria y que está bañado en sangre. Tardamos más de cuatro años; el conflicto comenzó en marzo de 2011 y le ha costado la vida a más de doscientas mil personas.
Pero ya, finalmente estamos enterados. Podemos empezar, juntos, a plantear soluciones ¿No? Pues no.

Sucede un fenómeno curioso con este tipo de tragedias: todo mundo lo siente en el alma, pero nadie hace por encontrar remedios. Las muestras de apoyo abundan, el apoyo significativo es inexistente. El e-Activismo tranquiliza nuestro sentido de culpa. Compartimos la historia en redes sociales, firmamos una petición para que alguien más se encargue del tema y luego volvemos a nuestra rutina sintiendo que hemos hecho suficiente.

No recuerdo en dónde leí a una doctora de la Cruz Roja que relataba su experiencia con una voluntaria norteamericana en África. La chica pasaba el noventa por ciento del tiempo pegada al teléfono, comía apenas lo indispensable de la cocina local y sólo una o dos veces se animó a acercarse a los naturales del lugar (sólo los niños) para tomarse algunas fotos. Imágenes que seguramente, decía la doctora, terminaron en sus redes sociales para resaltar lo "buena" o "caritativa" que era la muchacha.

El trabajo asistencial es una tarea ardua que requiere preparación y vocación.
En el libro "Repensar la pobreza: Un giro radical en la lucha contra la desigualdad global", Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo se dedican a destrozar diversos mitos sobre el asistencialismo. Pero para ello, han pasado mucho tiempo estudiando con detenimiento cada problema desde una perspectiva económica. Hablan de cómo el hambre y la desnutrición podría combatirse sólo con comer mejor, no necesariamente más; de cómo las colectas de alimentos son un caos logístico en el que se pierde más de la mitad de lo recolectado; de cómo se combatiría el paludismo con más efectividad (y menos costo) repartiendo mosquiteros, en lugar de medicamentos.
Pero nada de esto llega a una sociedad que se desentiende luego de dar el clic.

Volvamos a Siria. Volvamos a las trescientas cincuenta mil personas desplazadas de su país natal y con todo lo visto hasta ahora, reconsideremos nuestra respuesta ante la tragedia: pedir a los gobiernos del mundo que acepten a los refugiados.
En primera instancia no estamos ayudando nosotros, estamos pidiendo que otro, el gobierno, ayude (con dinero ajeno, además). El gobierno se vuelve, otra vez, el ente paternalista que carga nuestras responsabilidades (porque sentimos la obligación moral de ayudar ¿verdad?)
Por otro lado, tratamos al refugiado como mascota. Les arrancamos su dignidad mientras los vemos desde arriba, porque nos llena el corazón sentirnos sus salvadores. Pero estas personas, aunque desplazadas por la guerra, siguen siendo seres humanos capaces, con talentos y dignidad.
Y en tercer lugar, preguntémonos ¿Por qué una persona tiene que pedir permiso para correr por su vida? ¿Con qué derecho cualquier gobierno tiene que autorizar a nadie a tratar de reconstruir su vida en otro lado?

Le hemos dado demasiada importancia a los "líderes", al estado. Les hemos dado demasiado poder. Y el poder es precisamente el origen del conflicto en Siria. Bashar al-Asad, presidente del país árabe, comenzó el derramamiento de sangre por mantenerse en él, los diferentes grupos rebeldes luchan entre sí por saber quién lo obtendrá y el Estado Islámico entró al conflicto sólo por expandir el suyo.

Ahí sí, más que en cualquier otra ocasión, podemos decir #FueElEstado

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