Estoy muy orgulloso y feliz de
ser un hombre adulto, blanco (mestizo, pero dejémoslo en blanco en beneficio
del argumento) y heterosexual. Eso, aparentemente, me pone en contra de un
montón de gente con la que no he tenido desavenencia alguna; es más, con gente
que ni siquiera tengo el gusto de conocer.
Pongamos el botón de muestra:
El fin de semana me tocó ver
estallar una discusión en redes sociales. El origen: una serie de desplegados
para la campaña #Don'tMancriminate (¿#NoMascudiscrimines?) en la que señalaban,
con intención de levantar ámpula, algunas de las "injusticias" que el
género masculino tiene que soportar. En su mayoría eran cuestiones bastante
tontas: "¿Por qué tengo yo que preguntar para salir?" "¿Por qué
tengo yo que pagar las cuentas?" "Yo no recibo tragos gratis"
"Yo tengo que pagar por mi entrada" etc.
La reacción de grupos feministas
y de algunos de sus miembros más radicales, fue notable por virulenta y veloz. Los
calificativos "maricones" o "chillones" y sus derivados se
mencionaron repetidas veces, acusando al género masculino (porque, recuerden,
todos los hombres somos iguales) de victimizarse. Para estas chicas, la ironía
es un concepto alienígena.
Los problemas que presentó el
movimiento Don'tMancriminate en sus desplegados son pequeñeces. Yo no tengo
problema en invitar un trago una chica que me interesa, tampoco tengo reparos
en ser yo quien la invite a salir. Creo que, cuando me corresponda, me sentiré
orgulloso y realizado trabajando por y para ella y para la familia que, en los
términos que acordemos juntos, construiremos. Tampoco me parece injusto que un
negocio tenga ofertas especiales para mujeres. (Me llama la atención, sin
embargo, que las feministas no peleen este último punto. La intención de esos
programas es atraer mujeres al local y hacer de ese el atractivo para los varones.
Es una relación de uso como ninguna otra, y sin embargo nadie se queja del
Miércoles de Damas)
Pero es cierto que el hombre
también enfrenta desafíos de género. ¿Por qué las feministas no abordan la
cuestión, por ejemplo, de que sólo los hombres están obligados a enlistarse en
el Servicio Militar Nacional? ¿Por qué no hablar de que el 92% de los
fallecidos por accidente de trabajo son varones? ¿De que seis de cada diez personas
sin hogar son hombres? ¿De que el hombre no tiene ni voz ni voto en la decisión
de conservar o abortar al hijo que él también trajo al mundo, o de que la
custodia, en el 80% de los casos favorece a la mujer? ¿Por qué no discutir que
el hombre tiene más posibilidades de recibir sentencias más largas por
exactamente el mismo crimen? ¿que el 75% de las víctimas de homicidio son
hombres? ¿De que un hombre jamás será escuchado seriamente si acusa que ha sido
violado y no tiene la infraestructura de apoyo que tienen las mujeres si sufre
violencia de parte de su pareja, o si son padres solteros?
Si no se abordan estos temas
también, decir que el feminismo pugna por la igualdad y el bienestar de ambos
sexos es como decir que el nazismo promueve la igualdad y el bienestar de todas
las razas.
Creo que, como en casi todos los
grandes problemas del mundo, la igualdad de género se resuelve no desde los
grandes movimientos sociales, sino desde los actos individuales de particulares
valientes. Hombre y mujer son criaturas muy distintas y si a veces es difícil
que dos personas, una pareja, se entiendan y se traten con el mismo respeto uno
al otro, mientras más personas agreguemos a la ecuación mayor será la
dificultad. Más aún si en lugar de dialogar nos dedicamos a gritarnos desde una
plaza pública, aferrados a un megáfono en medio de una marcha. Celebremos
nuestras diferencias. Hablemos nuestras diferencias. Disfrutemos nuestras
diferencias.
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