Columna invitada enviada por nuestro colaborador y amigo, René Galindo (Síguelo en Twitter: @ReneGalindo1)
Cae el sol detrás del poniente romano con paisajes dignos de postales mientras 3 personas terminan de platicar fuera de un típico bar italiano. Hay un estudiante de doctorado, un músico y un ingeniero; cada uno de ellos tiene algo en común: son mexicanos.
Los tres llevan consigo historias distintas, vienen de diferentes partes de la República y buscan superarse en un país que no es el suyo y en una cultura ajena a la que crecieron. Son ya políglotas que logran comunicarse en su lengua madre, el inglés y en la lengua de Dante. Para muchos, ellos están viviendo un sueño al estar en la que alguna vez fue la Capital del Mundo.
Sin embargo, la vida en Roma como extranjero no es algo que venga libre de preocupaciones para tres estudiantes mexicanos que se han encontrado en la ciudad eterna buscando un sueño que su país no les puede dar.
En las líneas anteriores se resume la historia de millones de estudiantes en el extranjero y, si se cambia la palabra por “trabajo”, representa a millones de personas que han salido de México buscando abrirse camino y darles una mejor vida a sus familias.
El domingo, la nueva Secretaría del Bienestar, colocó un anuncio con el cual los mexicanos en el extranjero no podemos evitar sentirnos llamados en causa; más allá de las filiaciones políticas, no es posible que un organismo público del gobierno de nuestro país acuse a quienes estamos en el extranjero de no querer el bien de México.
Por experiencia personal, puedo asegurar que ninguno de nosotros estaríamos aquí si pudiéramos encontrar en México la calidad y cantidad de oportunidades que hemos encontrado aquí. No se necesita pensar mucho tiempo para llegar a la conclusión que salir de tu país es salir de tu área de confort, alejarte de tu familia, de tus amigos y de tus círculos sociales para entrar en un lugar desconocido en donde tienes que demostrar a ti mismo cada día que no has cometido uno de los más grandes errores de tu vida. Cada momento de desesperación, cada problema económico que vives te lleva de regreso a los recuerdos de un país que va contigo y que no temes en mostrarlo en tu nuevo hogar, en tu nueva universidad o en tu nuevo lugar de trabajo.
Muchos de los que hemos venido para acá no venimos de familias acomodadas, no somos “fifís” ni hijos de exgobernadores que desviaron recursos. Somos personas de lo más normales que tienen algunas cualidades que parecen ser contrarias a la 4ª Transformación: talento y ganas de trabajar. Algunas secretarías no dejan de mostrar rencores ante personas que siguen siendo mexicanos y que en el gran número de los casos estamos en otros países mostrando lo mejor que puede dar nuestro país. Es insultante leer esto y es más insultante aún que no se tomen sus responsabilidades, que siempre sea culpa de alguien más: la prensa, la ‘mafia del poder’, los ‘fifís’, todo ese mundo de personas sin nombre y apellido ante quienes el Ejecutivo descarga las responsabilidades que le competen.
Es para mi incomprensible la razón por la cual el nuevo Gobierno tiene tanto rencor ante lo que es extranjero, tanto rencor a un país próspero. Parafraseando a Denise Dresser, yo no quiero un país lleno de austeridad, quiero un país próspero, en donde las instituciones funcionen para todos sus ciudadanos. Quienes vivimos fuera queremos tanto a México que desearíamos tener las mismas opciones que hemos encontrado a más de 10 000 km de nuestros hogares. Nadie nos ha verdaderamente regalado nada, hemos peleado y trabajado por cada uno de nuestros logros y no negamos el lugar de donde venimos, estamos orgullosos de nuestra cultura, nuestro idioma y lo que le podemos ofrecer al mundo. Las disculpas están muy bien, pero si el gobierno dice estar de parte del pueblo deben de ofrecer disculpas a casi 12 millones de personas que cada día difícil, evitan ver lo que tienen enfrente para perderse en los recuerdos de un México que ahora parece voltearles la espalda.
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