El viernes 19 de abril, 13 personas murieron durante una fiesta en Minatitlán, Veracruz. En medio de una celebración de cumpleaños en un local, cinco o seis agresores con el rostro cubierto abrieron fuego con armas cortas contra una familia. Presuntamente, buscando a una chica transgénero a la que le decían “La Becky”, dueña de dos bares. Fallecieron 4 mujeres y 9 varones, incluido un menor de un año.
Tristemente, el hecho quizá hubiera pasado desapercibido; ahogado en la avalancha de nota roja que plaga nuestro país desde hace por lo menos 12 años. Pero la brutalidad de lo ocurrido (y quizá la interceción de alguien a quien le convenía enturbiar el debate nacional) lo elevó pronto a la palestra de las primeras planas y tragedias nacionales.
Nadie con dos dedos de frente puede culpar directamente al presidente por lo ocurrido. Efectivamente, tomó las riendas de un país sumido en problemas de violencia que, todo mundo lo sabíamos, no se iban a resolver con su mera presencia en Palacion Nacional desde el día 1 de su mandato; sin importar cuánto mintiera y lo pregonase en cada plaza pública.
Lo que si se puede esperar. Corrijo, lo que si se puede (y debe) exigir, es una respuesta a la altura de la tragedia.
Cuando se quemó la Catedral de Notre Dame, el presidente Emmanuel Macron se apersonó de inmediato en las inmediaciones de la Isla de la Cité. Nada podía hacer, había cientos de mandos medios ya ocupados en la atención al desastre; sin embargo su presencia era necesaria. Su primer discurso público luego de la tragedia (que, podría decirse, es comparativamente menor a la de Minatitlán, pues no tuvo víctimas mortales) fue de inspiración, de unidad. Fue una promesa de reconstrucción.
En nuestro caso, en cambio, la reacción oficial de presidencia se produjo hasta el domingo y no fueron precisamente palabras empáticas o de condolencia a las víctimas y sus familiares, o una promesa de justicia y una profunda investigación de los hechos. No, los discursos del presidente Andrés Manuel y sus allegados han sido, sin excepción, de victimismo, justificaciones y conspiraciones.
“Veo la mano del régimen corrupto detrás de las masacres como la ocurrida en Minatitlán. Buscan obligar a Lopez Obrador a apagar el fuego con gasolina”, escribió en Twitter Epigmenio Ibarra, uno de sus incondicionales.
Durante su conferencia de prensa matutina de ayer martes, a pregunta expresa del reportero Ernesto Santillán López Obrador afirmó que la exigencia de paz es “básicamente” exclusiva de los conservadores.
¿Perdón? ¿No votaron por él un montón de gente cansada de sangre y guerra? ¿No fue parte de su discurso de campaña?
No lo hago responsable de las muertes en Minatitlán, señor presidente, pero si lo hago absolutamente responsable de ser incapaz de dar una respuesta a uno de los problemas más graves del país. Lo hago responsable de que, en lugar de increpar y cuestionar al gobernador por sus desastrosos resultados, salga a defenderlo, le alce la mano triunfal y le de todo el espaldarazo del gobierno federal. Lo hago responsable de encabezar una reunión de seguridad con gente de su confianza, de la que fue excluido el fiscal estatal de Veracruz, Jorge Winkler, solo porque no es de su partido y le resulta incómodo. Lo hago responsable de seguir buscando excusas cuando desde hace cinco meses, su partido tiene el poder en Minatitlán, en Veracruz y en el país.
Hágase cargo, señor presidente. Dijo que podía hacerlo, sostenga su palabra y por una vez ofrézcale al país algo más que labia y retórica barata, porque hay vidas en juego.
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