No se ha acabado el drama en Tlaquepaque, que el pasado domingo 21 de noviembre celebró sus elecciones extraordinarias, tras la anulación de las celebradas el 6 de junio. Aunque el Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) vuelve a prever una victoria de Citlali Amaya, la candidata de Movimiento Ciudadano, y aunque haya duplicado su ventaja y la victoria sea aún más holgada que la conseguida en junio, yo no espero que la estructura de Morena se quede de brazos cruzados.
En junio pasado el partido guinda imputó las elecciones debido a las declaraciones de Juan Sandoval Íñiguez, vecino de la demarcación y también —poca cosa— Arzobispo Emérito de Guadalajara. En un video publicado apenas unos días antes de los comicios, el prelado pedía no votar por aquellos partidos que están en el poder y que propugnan el aborto.
La discusión de si la ley es justa y si está bien o mal aplicada quedará para otra ocasión, aunque confieso que se me escapa la lógica de la autoridad electoral, que decretó que la intervención del Cardenal era suficiente para violar la equidad de la contienda y los principios de separación iglesia-estado… pero únicamente en Tlaquepaque y únicamente para la elección de presidente municipal. Pese a que el mensaje se difundió en una plataforma de alcance nacional.
En esta nueva elección, el punto contencioso podría ser la poca participación de los ciudadanos. Según el PREP apenas 21,6% del padrón pasó a la casilla a sufragar, la tercera parte de los que votaron en junio pasado. El delegado nacional de Morena en Jalisco, Favio Castellanos atribuye este alto abstencionismo al mal trabajo para fomentar la participación ciudadana, la inseguridad en el municipio y a la intervención estatal en el proceso. Cuestionado a bocajarro sobre la posibilidad de impugnar la elección, el morenista se escudó en un “esperaremos los tiempos legales y la calificación oficial de la elección” de manual. Lo cual se traduce al lenguaje llano en que puede haber jaleo si encuentran de donde colgarse, así como se colgaron de las declaraciones del arzobispo emérito.
Mi lectura del gran abstencionismo es más lúgubre: El ciudadano mexicano tiene poco interés en su política local. Vota a su presidente municipal por inercia y porque le entregan la boleta junto con la de presidente o gobernador y las tres elecciones van juntas. Si no hay interés siquiera en elegirlo, mucho menos en auditarlo, exigirle y hacer sinergias con el elegido. El mexicano promedio sobreestima la importancia del presidente y su influencia en su día a día, pero no parece atribuirle ni hacerle exigible ese mismo poder a un funcionario público mucho más cercano y con injerencia directa en servicios con los que interactúa diariamente, como el alumbrado público, el bacheado y la policía municipal.
No es necesariamente culpa de Juanito Pueblo, durante años la excusa más frecuente de gobernadores y presidentes municipales ha sido que la Federación “no suelta dinero, ni recursos para proyectos” y eso puede incluso ser cierto con la presente administración. Pero creo importante, a la luz de que estas elecciones que le costaron al erario 22.5 millones de pesos, revalorar la importancia de estas figuras locales, porque son el engranaje que nos queda más cercano en medio de la maquinaria política nacional. Moverlos a ellos, mueve el resto de los engranes. Buenos gobiernos con principios claros y que dejan una buena impresión a nivel local han sido históricamente los que han levantado movimientos políticos de alcance nacional, impulsando esos mismos principios positivos. Si no me cree, pregúntele al PAN del último cuarto del siglo XX.
Revaloremos a nuestras figuras locales, acerquémonos a ellas. Normalmente (salvo que desde lo nacional intenten imponer a alguien) se trata de nuestros mismos vecinos, con nuestras mismas costumbres y que conocen nuestra problemática. Mal haríamos en ignorar un engranaje tan importante en el accionar político nacional.
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