Un periódico español publicó la siguiente nota la última semana de enero.
El titular se presta, creo, para debatir con ganas sobre los alcances que tiene el Estado en la Sociedad, su interacción, cuánto esperamos que interfiera una con la otra y en qué dirección. No hay manera de separar los dos, desafortunadamente. Las leyes promulgadas por un gobierno necesariamente influirán en el desarrollo de la sociedad que gobierna y un estado sin ley no es tal. Hay sin embargo, grados de intervención y sobre todo, hay un flujo de quién alimenta a quién.
La alemania nazi o la rusia soviética tuvieron mecanismos específicamente diseñados para darle forma a la sociedad que querían. Las Juventudes Hitlerianas fueron establecidas por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán en 1926; siete años antes de que el Partido llegara al poder en 1933. Los soviéticos por su parte tenían el Komsomol, contracción para Unión Comunista de la Juventud, establecida apenas un año después de iniciada la Guerra Civil entre Rojos y Blancos. Hubo también esfuerzos conscientes por establecer (y limitar) el papel de la mujer alemana a su faceta reproductiva y nada más. Los soviéticos tuvieron más éxito en integrar a las damas a la vida laboral y educativa, pero ignoraron la representación política. Stalin clausuró las asociaciones de mujeres bajo la acusación de «feminismo burgués», que generaba división y atentaba contra la unidad de la clase trabajadora.
Uso el ejemplo de Alemania y de la Unión Soviética porque pretendo señalar que a pesar de estar supuestamente en extremos opuestos del espectro político de izquierdas y derechas, ambos regímenes recurrieron al Estado como agente coercitivo, para imponer por la fuerza la manera de pensar que juzgaron correcta y acabar con la disención.
Hoy veo ese mismo peligroso patrón: la radicalización de todo el espectro, la incapacidad o el desinterés de los participantes por sostener un diálogo y alcanzar acuerdos. Y sobre todo, la peligrosa inversión del flujo: no es la sociedad, el grupo de personas interrelacionadas que comparten y forman cultura y civilización, la que alimentan al Estado y las leyes que los amparan a todos; sino grupúsculos, mayoritarios o minoritarios, que pretenden usar al Estado para darle forma y alinear a la sociedad a su manera de pensar. Insisto, a todo lo ancho del espectro político.
En este espacio siempre hemos defendido un estado minarquista, un gobierno mínimo para preservar la libertad y la neutralidad de las leyes. Desde esa perspectiva, esta y otras iniciativas parecidas en las que el Estado se yergue como padre putativo son inaceptables, pues le está quitando a la sociedad (representada en este caso por los padres y madres de familia) la tarea, la responsabilidad y la oportunidad de autodeterminarse. Le está quitando la capacidad de SER sociedad.
“Esos niños van a crecer en un ambiente que fomenta el odio / la discriminación / con angustia emocional”
Quizá, y será muy lamentable. Pero si la sociedad realmente se está moviendo en la dirección que esta, o cualquier otra ley del estilo señale, será más fácil que el chico o chica pueda mirar hacia afuera de su pequeño círculo familiar, se percate de las alternativas y decida su propio rumbo, aunque tenga que esperar hasta su adultez; a que, sumergido en una sociedad homologada e impuesta desde el Estado, encuentre otras opciones.
Irónicamente una sociedad más dispersa, celular y fraccionada en núcleos familiares, es por definición más diversa que cualquier monolito estatal; hay más oportunidades de disentir y hay más oportunidades de accionarla y moverla.
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