El próximo martes ocho de noviembre nuestros vecinos del norte saldrán a las urnas a votar. Las opciones realistas (porque también en EUA hay partidos pequeños intrascendentes) son Hilary Clinton por los demócratas (a la izquierda del espectro político) y Donald Trump por los republicanos (en la extrema derecha).
No será una decisión fácil. Los perfiles de ambos candidatos son ampliamente cuestionables. Trump —el caballo negro de la competencia— ha sorprendido a propios y a extraños alimentándose de un nicho de votantes descontentos, ignorados por las últimas administraciones, castigados por una realidad cambiante que tiende a la globalización y a la especialización de los empleos; un nicho que nos recuerda que Estados Unidos necesitó, apenas en el ‘64, una legislación contra la segregación racial.
El candidato republicano tiene además, la ventaja (o el estigma, según se vea) de ser un hombre ajeno a la política y salido de la iniciativa privada. En su discurso habla de dejar que el mercado resuelva algunos de los problemas más fuertes de la nación, como la cobertura en salud. Pero al mismo tiempo defiende un fuerte intervencionismo en favor de las empresas nacionales y la producción interna (llegando a amenazar a Ford con un arancel del 35% a todo lo que produzca aquí en México). Cuando ambas cosas se conjuntan, normalmente el consumidor sufre. Las compañías nacionales, sin competencia, pueden jugar chueco con el precio u ofrecer un servicio paupérrimo sin miedo a perder el mercado.
Y por si fuera poco, al analizar sus discursos, es imposible evitar los paralelismos con otros grandes demagogos. Maduro, Andrés Manuel y Trump brillan por sus discursos incendiarios, con acusaciones concretas para darle unión y propósito a sus seguidores, rematadas de soluciones simplistas y poco claras. No, el muro no va a resolver los problemas de inmigración de Estados Unidos, así como acabar con la corrupción gubernamental no es la panacea para todos los problemas en México. “Make America great again” es propuesta tanto como “Sólo el pueblo puede salvar al pueblo” Ya no digamos el “Something cheaper” que se sacó Trump de la chistera cuando le preguntaron a bocajarro durante un debate sobre con qué reemplazará el sistema Obamacare que tanto ha criticado.
De sus problemas y escándalos personales ya mejor ni hablar.
El problema es que Hillary Clinton no llega mejor. Si, es una política experimentada y su llegada al poder significaría continuidad a muchas de las iniciativas y proyectos de Obama. Pero, al juzgar por su récord como Secretaria de Estado, sería bajo el liderazgo de un personaje con mucho menos tacto en temas diplomáticos, una propensión más belicosa y una cola mucho más larga que le pisen.
Recientemente Wikileaks filtró más de dos mil correos con información clasificada que la entonces Secretaria de Estado intercambió desde su cuenta personal (razón por la que el FBI la está investigando) En estos correos, entre otras cosas, se revela que el Departamento de Estado benefició a la Fundación Clinton con lucrativos contratos para la reconstrucción de Haití luego del terremoto del 2011. Clinton también admite, en otro de los correos, que es necesario en política tener una posición pública y otra privada con respecto a ciertos asuntos y se evidencia con una charla que dio a los empleados de un banco brasileño (Banco Itau) en donde habla de su “sueño de tener fronteras y mercados abiertos en el hemisferio”, una posición que definitivamente no podría vender a su base demócrata y que no ha sido la que ha presentado durante la campaña.
Y en su labor como diplomática no le va mejor. Como secretaria de estado fue responsable, con conocimiento de causa, de financiar y apoyar a grupos terroristas y al estado Islámico. Se rumora que también apoyó la revolución en Ucrania, que concluyó con un golpe de estado y un severo conflicto con Rusia. Bajo su tutela y después de sendos descalabros diplomáticos y estratégicos en Afganistan, Lybia y Siria, la relación y cooperación entre Rusia y Estados Unidos se han enfriado y la inestabilidad en el medio oriente va en aumento.
No sólo tendríamos a una presidenta que insiste en que Estados Unidos sea la policía del mundo y se inmiscuya en patios ajenos, sino que además lo hace tan mal, que termina por empeorar la situación que pretende corregir.
¿Por quién votar entonces? Los estadounidenses tienen la difícil labor de elegir el menor de los dos males. Quien piense que semejante decisión ni nos incumbe ni nos afecta está cometiendo un terrible error de apreciación. Baste echar un vistazo al comportamiento del peso frente al dólar y compararlo con las tendencias en las encuestas para darnos cuenta de que hay una correlación estrecha entre ambas cosas. En términos económicos al interior de nuestras fronteras, el resultado en Estados Unidos podría pesar tanto como el resultado de nuestras propias elecciones.
Por otro lado, y aunque digan por ahí que mal de muchos consuelo de tontos, mirar al otro lado del río Bravo y percatarnos de que nuestros vecinos del norte también tienen sus problemas con los políticos y su política nos ayuda a poner en perspectiva nuestra propia situación. Es una realidad que no hay solución fácil para garantizar el bienestar general (y ser país del primer mundo no basta, ya lo vimos) pero eso no quiere decir que dejemos de buscarla.
También dicen que si vemos al vecino recortarse las barbas, hay que poner las propias en remojo. Observemos y aprendamos de la desventura ajena, porque en 2018 vamos a estar en una posición similar.
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